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Suponed, don Juan, un pobre náufrago que flota sobre una débil barca, sobre un mar siempre irritado, que ve al fin, cuando ya ha perdido la esperanza, una ribera fresca, hermosa, odorífera, que le llama, que le convida; suponed que el náufrago ha tocado á esa ribera, que se ha creído salvado, y que una nueva ola le ha arrastrado de nuevo, le ha apartado de aquella ribera amada, hasta que la ha perdido de vista.

Dios existe: existe la luz; pero Dios está irritado contra vos, no ha hecho la luz para que brille en vuestros ojos; no ha hecho la armonía para que deleite vuestros oídos: sois un ser condenado: Dios es un ser vengativo.

Castro se volvió hacia él y le contempló unos momentos entre irritado y sorprendido. Tornando luego la vista al espejo, dijo con calma despreciativa: Querido Manolo; eres un melón de gran tamaño. Estoy seguro de que si heredases ahora a tu tía, entregarías la herencia a la Amparito para que la engullese como ha hecho con la de tus papás. Manolo se enfureció al oir esto.

«¿Y quién es este majadero para intervenir en mis asuntos, ni para hablarme con tal insolencia? ¡Vaya una confianza que se toma el mozo!...» Cada vez más irritado, no respondí a algunas observaciones que comenzó a hacer sobre la gente que paseaba, y al cruzar otra vez a nuestro lado las monjas, me aparté bruscamente, diciendo con el acento más seco que pude hallar: Hasta luego.

No qué tiene que ver el orgullo con esto le observé. ¡Si es eso! Yo soy enfermizo, excitable, expuesto a continuos mirajes y debo equivocarme siempre. ¡, no! ¡Lo que dices es la ponderación justa de lo que has visto! Te juro... ¡Bah; déjame en paz! concluyó cada vez más irritado con mi tranquilidad, que era para él otra manifestación de orgullo.

Jaime, irritado, se proponía dominarla: por algo era hombre. Al fin fue consiguiendo que el piano sonase menos y que ella viese en su persona algo más que un retrato viviente del ídolo. En su feliz embriaguez les pareció feo Munich y enojoso aquel hotel donde les habían conocido extraños el uno al otro.

Dorotea, á pesar de la fiebre que la devoraba, llamó á Casilda, saltó de la cama, se hizo vestir, pidió una litera, y salió de su casa. Irritado, contrariado, impaciente, cuidadoso, se encontraba don Juan encerrado en un aposento alto de la torre de los Lujanes.

Urge, urge, Pelegrín; ya sabes que mi sobrino no ha perdido el tiempo, y que ya está en Madrid; viene irritado contra y no perdonará medio; además, se encontrará al duque de Uceda apoderado del príncipe de Asturias, y empezará de nuevo entre ellos la guerra, que vendrá á herirme de rechazo.

Va usted a sanar en seguida.... Esta tarde le traeré yo, con toda solemnidad, lo que usted necesita, pero antes es preciso que hablemos a solas un rato. Y después... después... recibirá usted el Pan del alma.... ¡El pan del cuerpo! gritó con supremo esfuerzo el moribundo, irritado cuando podía . ¡El pan del cuerpo es lo que yo necesito!... que así me salve Dios... ¡muero de hambre!

Por los ojos de la señorita pasó un relámpago de cólera que se apagó al instante; pero le dijo en tono un poco irritado: ¿Estamos en eso?... Obedece y no seas terca. La doncella, dominada y convencida de que ayudaba a una obra de piedad, obedeció, descargando las disciplinas harto suavemente sobre las desnudas espaldas de la señorita.