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Actualizado: 13 de junio de 2025


Luego miró á su amigo con una extrañeza dolorosa. ¿Solo?... ¿Cómo se atrevía á proponerle que abandonase á Elena?... Prefería morir, pues de este modo se libraba del sufrimiento de pensar á todas horas en la suerte de ella. Como Robledo estaba irritado, y en tal caso, siempre que alguien se oponía á sus deseos, era de un carácter impetuoso, exclamó irónicamente: ¡Tu Elena!... Tu Elena es...

Rafael callaba, caminando como un autómata, irritado por aquella charla que le traía a la memoria todas las obligaciones molestas de su vida. Sentía el enojo del que se ve despertado por un criado torpe en mitad de un dulce ensueño.

No, porque me necesitáis... no... porque sin no sabríais muchas cosas que pasan en palacio... no... porque vos no tenéis derecho para reprenderme... me habéis perdido. ¡Estás loca! exclamó el duque levantándose irritado. Loca, ; fuera de ... desesperada... ¿qué me importa todo...? se va... me deja... me abandona... y no ha de irse. Volvióse á sentar el duque.

Don Bernardino, aturdido ya por los golpes, irritado, mortificado, fuera de de cólera, había desenganchado un pistolete de su cinturón y había hecho fuego.

Si algún defecto podía ponérsele, era el de ajustarse demasiadamente al original. Un día se aventuró a decir que «la condesa había echado mano al botón de su secretario». Esta declaración levantó tan gran polvareda entre la gente ignorante, que don Rufo, justamente irritado, dejó la traducción del folletín. Se le encomendó a un piloto que había hecho muchos años la carrera de Bayona.

¡Con tal que no se le ocurra bailar! pensó. En esto su temor era vano. Juan conocía tan bien lo que le faltaba para figurar en sociedad, que se había convertido casi en un salvaje. En un principio se había irritado contra mismo. Aislado y solitario después, se desahogaba juzgando fríamente la vaciedad y frivolidad de las palabras y actos mundanos.

Al principio de la guerra, hasta le había irritado la importancia que todos daban al presidente Wilson. Unos y otros contendientes se dirigían á él, apelaban á su juicio, protestaban de las barbaries del adversario. El mismo Guillermo II le cablegrafiaba extensamente para sincerarse con embustes, como si juzgase preciosa la conquista de su opinión.

Cuando desembocamos a cien pies del suelo, un verdadero huracán nos azotó el rostro y de todo el horizonte se alzó no qué murmullo irritado del cual nada puede dar idea cuando no se ha escuchado el mar desde muy alto. El cielo estaba nublado.

Siempre has tenido la manía de ponerte muy guapote... y sin consecuencias ulteriores, como no sea la de enseñarte de balde por esas calles de Dios... Hasta ahora no te he visto conquistar a nadie más que a la planchadora del colegio... Esto último se lo dijo en un tono más irritado, que podía achacarse muy bien al recuerdo de su derrota. ¿Qué te propones saliendo a la calle tan perfilado?

Por lo pronto aquella afabilidad era desprecio. ¿Qué había pasado en la catedral? ¿Qué hombre era aquel don Fermín que en una sola conferencia había cambiado aquella mujer? Todo esto pensó en un momento, irritado, con vehemente deseo de salir de dudas y vacilaciones. Pero nada le salió al rostro.

Palabra del Dia

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