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Actualizado: 13 de junio de 2025
La cortesana estaba proscrita por cara y peligrosa: pero se toleraba el padre pobre que transige con la prostitución de la hija, porque ayuda á ir viviendo y se oculta en la propia casa. ¡Ni amor, ni bailes, ni trato social entre los dos sexos; ni expansiones de la juventud! Aresti lo declaraba irritado: la vida estaba momificada en su país.
Maltrana reía de la candidez de la muchacha. Aquella infeliz se imaginaba su existencia como una carrera de abundancias y triunfos. Su credulidad resultaba una ironía cruel. Pero muchacha dijo , tú has bebido. Tú estás chispa, Feliciana. ¡Y dale con Feliciana! repuso ella con tono irritado . Ya te he dicho que no lo soy.
Pero he venido para hablarte de cosas graves. Retírate, Magdalena. La joven salió, dirigiendo a su padre una mirada preñada de súplicas que en otro tiempo hubiera desarmado su enojo por completo. Indudablemente recordó el doctor por quién intercedían aquellos hermosos ojos, pues permaneció irritado e inmutable.
Siempre estaba irritado contra la bruja, y amenazaba a los que iban a consultarle con no volverlos a asistir.
O queréis hacerlo vos solo dijo irritado por la codicia el tío Cornejo. Hablemos en paz, señor Gabriel dijo el cocinero mayor , y concluyamos, concluyamos de todo punto. No digáis á nadie lo que á mí me habéis dicho, porque podríais ir á la horca.
Luego procuró calmarla con sofística dialéctica que hizo poca mella en su ánimo irritado. Al fin, por sí misma se fue serenando y se avino a volverle a su gracia con tal que se llevase todos los regalos que le había hecho y le jurase solemnemente no traerle más. D. Laureano cargó con todos aquellos chirimbolos.
El señor de Elorza quiso internarse por la muchedumbre, pero encontrando resistencia por lo apretada que estaba, echó las manos al cuello al primer ganapán con quien tropezó, y lo hubiera asfixiado seguramente a no haber intervenido los soldados, que sujetaron por detrás al irritado padre.
Sí... me consta que le amas, mancillando mi nombre, ultrajando á tu esposo, confundiéndote con esas despreciables mujeres... ¡El nombre, el nombre de quien amo! Don Francisco de Quevedo. Pues bien, sí, es verdad; le amo... más que eso; soy su amante. Irás de aquí á un convento exclamó irritado el duque. No iré. ¿Que no irás...?
Y el abogado miraba á Aresti con superioridad, seguro de haberle aplastado con estos argumentos aprendidos en Deusto, sin reparar en que, por defender á sus maestros, atacaba á Sánchez Morueta. El doctor sentíase irritado por el aire de triunfador que tomaba el joven ante las dos mujeres, las cuales parecían admiradas de sus palabras.
Arremetía como un león irritado, pero salíale al encuentro un tapaboca de la zapatilla de la espada del licenciado, que en mitad de su furia le detenía, y se la hacía besar como si fuera reliquia, aunque no con tanta devoción como las reliquias deben y suelen besarse.
Palabra del Dia
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