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Como me inspiraban dolor y lástima, las trataba siempre con benignidad. Convengo en que la prostitución es una grande y hedionda úlcera. Pero, ¿qué culpa tiene la úlcera por pertenecer a un cuerpo corrompido, cuyo es manifestación franca y fatal resultado? Donde todo está prostituido, la prostitución femenina casi es loable, porque es un síntoma claro.

Aquellos pies desnudos eran para ella la desnudez de todo el cuerpo y de toda el alma. «¡Ella era una loca que había caído en una especie de prostitución singular!; no sabía por qué, pero pensaba que después de aquel paseo a la vergüenza ya no había honor en su casa.

La fuente de la riqueza es el trabajo: fuera de él se busca en Paris y se adquiere con los auxiliares que se ofrecen, ora la prostitucion ora el vicio. Los hombres, las mujeres, corren desatentados en confuso torbellino en busca del dinero, y un vértigo les empuja, una sed hidrópica de oro los consume.

Esa risa surge siempre de los mismos resortes: la miseria grotesca, los piojos, el bacín barnizado que tiene el hidalgo por todo mueble, las tretas del hambre para quitarle al compañero la provisión de mendrugos; las mañas para cazar bolsas de aquellas damas tapadas que ejercían la prostitución en los templos y sirvieron de modelo a nuestros poetas del siglo de oro para pintarnos un mundo mentiroso del honor: la mujer esclava, entre rejas y celos, más deshonesta y viciosa que la hembra moderna con toda su libertad.... La tristeza española es obra de sus reyes, de aquellos sombríos enfermos que soñaban con apoderarse del mundo, mientras su pueblo perecía de hambre.

Y después se le encuentra en las casas de juego o de prostitución, derrochando afanosamente el producto de sus trabajos en el extranjero. Cuando se ha agotado el bolsillo, se le ve desaparecer como llegó: sin que nadie lo sienta.

Váyase usted a correr aventuras, deshonre a su marido, perturbe dos matrimonios; ya vendrá, ya vendrá el estallido. No le arriendo la ganancia. El amancebamiento ahora, después la prostitución, el abismo. , ahí lo tiene usted, mírelo abierto ya, con su boca negra, más fea que la boca de un dragón.

De este, á quien el juicioso Llaguno cuenta entre el número de los principales gerigoncistas, se valió el escelente cardenal, poco versado por lo visto en las reglas del buen gusto, para que dirigiese la obra. Debió hacerlo muy á su satisfaccion, porque bajo el influjo de la prostitucion artística la ornamentacion mas licenciosa es la que mas agrada.

Esto no deja de tener su ventaja, porque la mujer pierde el prestigio que la da el recato, aunque sea un recato hipócrita, y la prostitucion ofrece así menos peligros.

¡Pero oye todavía! ¿Quién te ha dicho que un banquero se infama, porque un infortunio que él no puede evitar le hace caer en la ruina? ¿Quién te ha dicho que no hay honradez en el infortunio? ¿Quién te lleva á ver una prostitucion en la desgracia? ¿Quién te ha dicho que Dios no se venga de hombres como , dando al dolor una esperanza, un deseo, un suspiro ferviente, una corona, una santidad? ¿Quién te ha dicho, responde, que la Providencia no ha dado poesía al lamento amoroso y casto de la tórtola?

A ruegos de los gacetilleros, singularmente el del Lábaro, se perseguía cruelmente la prostitución, pero el juego no se podía perseguir. En cuanto a las «infames que comerciaban con su cuerpo», como decía Cármenes escribiendo de incógnito los fondos del Lábaro, ¿cómo no habían de ser maltratadas, si diariamente se publicaban excitaciones de este género en la prensa local?