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Sobre todo a las jóvenes les llamaba mucho la atención que acompañase a unas monjas, y me dirigían miradas maliciosas y sonrisas, por donde vine a comprender que sospechaban la admiración que las virtudes y los ojos de la hermana San Sulpicio me inspiraban.

Ambos bien parecidos, de fisonomía abierta y simpática, y tan jóvenes, que realmente parecían dos niños. Fueron saludando uno por uno a los tertulios. En todos los rostros se advertía el afecto protector que inspiraban. Aquí tienes a tu suegra, Emilio. ¡Qué encuentro tan desagradable! ¿verdad?... dijo Pepa al joven. Suegra, no; mamá ... mamá respondió éste apretándole la mano cariñosamente.

Le inspiraban lástima estas pobres gentes que habían esperado el tren desde las cuatro de la madrugada á las ocho de la noche. Las mujeres gemían de cansancio, derechas en el corredor, mirando con envidia feroz á los que ocupaban un asiento. Los niños lloraban con balidos de cabra hambrienta.

¡Pillo! ¡Hereje!... ¡Descamisado!... exclamaba doña Bernarda. Pero lo decía en voz muy baja y con cierto miedo, pues aquellos tiempos eran malos para la casa de Brull. Rafael recordaba que su padre mostrábase por entonces más sombrío que nunca, y apenas salía del patio. A no ser por el respeto que inspiraban sus garras vellosas y el entrecejo tempestuoso, se lo hubieran comido.

Representaba la revolución no sólo política, sino social y económica; era el enemigo de todo lo existente; sus teorías causaban profunda irritación como una música nueva e incomprensible que alterase el oído adormecido. Pero se le escuchaba con respeto, con la veneración que inspiraban sus años y su historia irreprochable.

Su pensamiento se gallardeaba en aquella dulce libertad, recreándose con sus propias ideas. ¡Qué bonita, verbi gracia, era la vida sin cuidados, al lado de personas que la quieren a una y a quien una quiere...! Fijose en las casas del barrio de las Virtudes, pues las habitaciones de los pobres le inspiraban siempre cariñoso interés.

Al contrario, Morsamor había esquivado cuantos placeres Goa brindaba, y había mostrado singular repugnancia y disgusto hacia todas aquellas cantoras y bailarinas, como si recobrasen fuerza sus votos y renaciese en su espíritu la desatendida severidad del claustro. Las bayaderas de la India, sobre todo, le inspiraban horror.

La boca, roja como herida reciente, y el azul límpido de los ojos, inspiraban ideas distintas, siendo la severidad de su mirada, guarda puesta en defensa de la dulzura de los labios.

Indudablemente dejar la modestia a un lado y obligar a sentir a aquellos bellacos el peso de sus conocimientos en la esgrima. La primera señal que dió de su indignación y del soberano desprecio que sus enemigos le inspiraban, fué el escupir al suelo, con ruido, cuando alguno de éstos cruzaba a su lado, como indicando que le daba asco.

También aquel hombre obeso, que parecía no sentir otros entusiasmos que los que le inspiraban su religión y su bodega, olvidaba momentáneamente a Dios y al cognac al ver un caballo hermoso que no fuese suyo, y sonreía agradecido cuando le elogiaban como el primer jinete de la campiña jerezana.