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Gentes menos maliciosas afirmaban que, dada la belleza de la colegiala, lo que el tutor procuraba era recogerla lo más tarde posible, sabiendo que no hay nada tan difícil de guardar, dirigir y encarrilar, como una mujer rica y bonita. La segunda educanda tenía un año menos que Susana y se llamaba Valeria. Su origen era un misterio que pudiera servir de base a una novela.

Hablaron un buen rato en la entrada del mercadillo, sin fijarse en miradas maliciosas ni darse cuenta de los rudos encontronazos de la multitud; él la cargaba con el ramo más hermoso que veía, seguíala en su correteo por el Mercado, de puesto en puesto, y después la acompañaba hasta su casa, lentamente, saludando a los vecinos de los pisos bajos, que consideraban a Juanito como un conocido y se hacían lenguas, especialmente las mujeres, del «gancho» de la costurerilla, una mosquita muerta que había sabido «pescar» un novio rico, según aseguraban los mejor informados de la calle.

Su tía le lanzaba maliciosas miradas como queriendo decirla: "¿Eh? Ahí tienes tu amor, mira lo que es ... ¡Su intensidad no es bastante para hacer olvidar á un hombre su amor propio ofendido!" ... Cuando la hablaba la llamaba con afectación: "Mi pobre hija" con un tono de lástima que molestaba extraordinariamente á Herminia.

En esta sociedad reinaba doña Nieves como en un salón, siendo ella la que pronunciaba las frases maliciosas y chispeantes sobre el suceso del día, y los otros los que las reían. Corríase algunas veces hacia la mesa inmediata, sobre todo a última hora, cuando sus amigos, gente que tenía que madrugar, empezaba a desertar del local. Entonces se formaba una segunda peña.

Quién aseguraba que era una duquesa perseguida por su marido; quién la tenía por una cualquiera de esas calles de Dios; y alguna, que la conocía verdaderamente, refería parte de su vida y milagros, añadiendo maliciosas invenciones.

Entra en casa como amigo y nada más, etcéteraLas sonrisas maliciosas y la expresión de reserva que acompañaban a estas respuestas decían bien claro que a las niñas no les disgustaba la broma. Doña Gertrudis se había dormido. Don Mariano y sus prosélitos seguían recorriendo de un cabo a otro el salón, enfrascados en profundas disquisiciones acerca de la baja probable de la propiedad inmueble.

Los jóvenes se apresuraron a ayudarlas; pero lo hicieron con tal ardor que no lograban más que asustarlas y ponerlas nerviosas. Hubo en tan memorable ocasión un verdadero derroche de rubor, de gritos, de risas maliciosas y de frases más o menos felices. Gustavo Núñez, en su calidad de escudero de la señora de Reynoso, hizo lo posible por llenar a conciencia su cometido.

Por fortuna, don Álvaro sabía perfectamente manejar este resorte: era él capaz de despreciar, llegado el caso, al mismo sol del medio día si se oponía a sus pasiones. «Todo era preocupación, pequeñez de ánimo.... Pero, ¿tenía él derecho para que Ana siguiera sus ideas y despreciase las maliciosas y groseras aprensiones del vulgo?

En cambio, había en la casa donde vivían, gentes, peor enteradas o menos maliciosas, para quienes nada pecaminoso manchaba aquellas amistades, las cuales explicaban diciendo que Luis y Genoveva eran dueños de una cerería; que Casilda y Damián eran exageradamente devotos, tanto, que gastaban mucho dinero en alumbrar los altares, y finalmente, que de esta suerte, unos a fuerza de vender y otros de comprar cirios y velas, llegaron a ser amigos íntimos.

9 Yo he escrito a la Iglesia; mas Diótrefes, que ama tener el primado entre ellos, no nos recibe. 10 Por esta causa, si yo fuere, daré a entender las obras que hace, hablando con palabras maliciosas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los Hermanos, y prohibe a los que los quieren recibir, y los echa de la Iglesia. 11 Amado, no sigas lo que es malo, sino lo que es bueno.