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Guardiana mendigó, esperó a los devotos que iban al santuario, rondó a los que llevaban merienda, pidiéndoles las sobras, y tanto hizo, que nunca les faltó a sus chiquillos de comer, aunque ella ayunase a pan y agua.

Luego, como que era recio de subir, le escogieron para sus penitencias los devotos, y es fama que por su falda pedregosa subían de rodillas en lo más fuerte del sol, los penitentes, contando el rosario.

El que duda una vez, y razona y critica, ese ya no cree jamás como los devotos sinceros; cree porque se lo aconseja la razón, o porque se lo imponen sus conveniencias.

El consejero vigilaba al joven por medio de sus numerosos devotos que le seguían cautelosamente por la noche hasta la casa azul. ¡Qué escándalo! exclamaba doña Bernarda. ¡De noche también! ¡Acabará por traerla a esta casa! ¿Pero es que esa boba de doña Pepita no ve nada de esto?

Revelábase en ella el desprecio á la carne, de los devotos fervientes; el abandono físico, la suciedad cantada como mérito celestial en la vida de muchos santos. Deseaba mortificar su carne, y su hija la veía en la mesa repeler los mejores platos, los que en otros tiempos eran más de su gusto, afirmando que ahora le repugnaban.

También había una mesilla con libros, al parecer devotos, y en las paredes no cabían ya más estampas y láminas bordadas, entre las cuales el mayor número era una variada serie de perritos con el rabo tieso y los ojos de cuentas negras.

Las composiciones de estas pinturas no eran verdaderos cuadros hechos sólo para ornato y gala permanente de habitaciones, sino pequeños oratorios portátiles, dípticos o trípticos, tablas encharneladas, como se les nombra en el lenguaje de la época, y estaban todas fundadas en asuntos devotos.

Fuime a las vistas, y allá, con ser una plazuela bien grande, era menester enviar a tomar lugar a las doce, como para comedia nueva: hervía en devotos. Al fin, me puse en donde pude; y podíanse ir a ver, por cosas raras, las diferentes posturas de los amantes.

La edad de la Condesa era un misterio, para ella triste, para los demás engañoso; pero todavía la quedaban encantos que desplegar cuando al caer la tarde venían a pedirla consejo algunos amigos devotos y, como ella, dispuestos a la defensa de intereses sagrados.

Para que doña Inés se entretuviese en su soledad o en compañía de Juanita la Larga, dio don Andrés a Serafina dos bellísimos libros devotos que acababan de reimprimirse en Madrid, y que el librero Fe le enviaba, sabedor de las inclinaciones ascéticas y místicas de la señora principal de Villalegre.