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Nombré antes a los niños, y aquí repito, aunque Presentacioncita había dejado de serlo, a me hacía el efecto de uno de esos chiquillos sentenciosos, que con sus verdades como puños nos causan asombro y risa. Verdad es que la de Rumblar, aun haciéndome reír, me causaba al mismo tiempo tristeza.

Ni chiquillos de escuela en ausencia del maestro, armarían más ruido y batahola que la que armaron los concurrentes al Tribunal tan luego desapareció el jefe de la provincia. Se comentó la elección, se murmuró, se bebió, se comió, y, por último, se bailó.

Pero con la lucha política entre güelfos y gibelinos, entre los del Saloncillo y los del Camarote, todo se había huído. Cada cual se encerraba en su casa. Sólo se veía por la calle tal cual empedernido máscara haciendo las delicias de un enjambre de chiquillos que le seguían. Los esfuerzos titánicos de don Mateo no habían bastado tampoco a prestar animación a los bailes del Liceo.

Las enfermedades y los caprichos de la esposa, los gastos exorbitantes de la casa, el llanto de los chiquillos, las exigencias de la nodriza, todas las miserias y contrariedades de la vida matrimonial en suma, se ofrecían a su imaginación con tal relieve y sabía describirlas tan gráficamente que, escuchándole, a nadie le entraba en apetito el probarlas.

Sólo quedaba como recuerdo la montaña de escoria. El dinero estaba en la villa, y en las entrañas de la tierra los siervos anónimos que habían dejado parte de su existencia en el arranque del mineral. Aresti vió un grupo de gente á un lado del camino. Pasaban corriendo junto á él chiquillos y mujeres. A veces se detenían para llamar á los que estaban en los desmontes inmediatos.

El Menut sentía cierto decaimiento, y hasta probó a hablar. Reconocía su imprudencia. Había sido el vino y su falta de costumbre; pero debían pensar como hombres, y lo pasado... pasado. ¿No pensaba Tono en su mujer y los chiquillos, que podían quedar más desamparados que estaban?

Aquello era toda su fortuna, el nido que cobijaba a lo más amado: su mujer, los tres chiquillos, el par de viejos rocines, fieles compañeros en la diaria batalla por el pan, y la vaca blanca y sonrosada que iba todas las mañanas por las calles de la ciudad despertando a la gente con su triste cencerreo y dejándose sacar unos seis reales de sus ubres siempre hinchadas.

De aquí salieron los Reyes pensó Bonifacio, que desde una calleja vecina contemplaba el cuadro de paz suave y melancólica de aquella miseria, aislada de las vanas grandezas del mundo . Un grupo de castaños y una pared de una huerta, le ocultaban a la vista de los chiquillos y los perros, que, de notar su presencia, se hubieran alarmado.

No se escandalizaba, pero poníase triste pensando en su mujer y en los chiquillos que le aguardaban en Sevilla. Todos los defectos y corrupciones del mundo eran para él producto de la falta de instrucción. De seguro que aquellas pobres mujeres no sabían leer ni escribir.

Las señoras iban de uno á otro escaparate paseando los ojos sobre las telas colgadas en ellos. Algunos chiquillos andrajosos los recreaban con los dulces expuestos detrás del cristal de las confiterías. Soledad avanzaba rebujada en su mantón, con el pañuelo sobre los ojos. ¡Vaya unos andares! ¡Qué gloria de cuerpo!