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Se conoce que la nobleza francesa tiene poco gusto tradicional; lo cual quiere decir poco gusto de si misma, poca conciencia de su ejecutoria, poca sensatez. ¿Cómo seria posible que un lord consintiese que decorara el escaparate de un mercader, una vajilla que hubiese servido en la mesa de uno de sus monarcas?

Visitemos las tiendas de pieles, y encontrarémos, perfectamente disecados, leones, panteras, tigres, leopardos, hienas, lobos, zorras, castores; en fin, un gabinete de zoología. No he visto ratas; pero no extrañaria alzar la cabeza y darme de hocicos con una enorme culebra boa, puesta en una urna de cristal, á lo largo de un escaparate.

Un escaparate de perfumería de buen tono le sugirió una idea feliz: había echado sus canas al aire de una manera indecorosa, sin aliñarlas y componerlas con el negro disimulo del tinte, y aquella hermosa tienda le ofrecía ocasión de remediar tan grave falta, inaugurando allí la campaña de restauración de su existencia, que debía comenzar por la restauración de su averiado rostro.

Sin embargo, accediendo al importuno empeño de Moreno, le siguió por una escalera excusada, hasta un estrecho corredor, y de allí a un pequeño cuarto con ventana interior, sencillamente amueblado con una cama, una mesa, algunas sillas, látigos y un escaparate para escopetas. Ahí tienes mi casa dijo Moreno, suspirando, echándose sobre la cama y haciendo seña a su compañero de que tomase asiento.

Por de pronto, nada de multitudes humanas, ni de ruidos incómodos, ni de hacinamientos de casas formando calles sombrías y angostas; nada de ceremoniales mentirosos para cultivar amistades que no se necesitan entre personas que no se pueden ver; ni de espectáculos públicos, en los cuales se exhiben las gentes embanastadas de medio abajo, y en ringleras, como muñecos de escaparate; nada de sonrisas forzadas, ni de saludos maquinales, ni de corsés muy apretados; nada, en fin, de ese cúmulo de esclavitudes y de molestias en que viven las gentes «bien educadas», cuando se dice de ellas que hacen una vida regalona.

He preguntado en seis u ocho fondas; he entrado en los restaurants; me he asomado a los cafés; paso y repaso por casa de Botín; permanezco largos ratos parado en el escaparate de Tournié. Y no lo encuentro. Una vez he creído reconocerlo.

El rótulo rezaba: «Apolonio Caramanzana, maestro artistaHabía un ancho escaparate, con límpida luna de cristal.

Vamos, ¿te gusta a ti ese traje tan raro, con una cabeza de pájaro igual a la del sombrero, en el remate de cada frunce? Parecen un escaparate del Museo de Historia Natural.... ¡Hasta en el abanico una cabeza de pájaro! No se concibe que Worth haya ideado ese mamarracho.... Yo creo que los hacen en casa, con la doncella, y después dicen que se los mandó Worth....

Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegado a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, o para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo.

Si en el momento en que él piensa atacarte atacas con decisión, es casi seguro que llegas. Si vacilas eres perdido. Al pronunciar las últimas palabras, dejó de contemplar el escaparate y siguió su marcha majestuosa por la acera. Ramón hizo lo mismo. No había entendido bien la aplicación que podía tener este símil arrancado a la esgrima en su caso; pero se abstuvo de pedir explicaciones.