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Presumo que el motivo es éste: en vez de agotarme en una defensa angustiosa y a toda costa contra lo que sentía, como deben de haber hecho todos, y aún los marineros sin darse cuenta, acepté sencillamente esa muerte hipnótica, como si estuviese anulado ya. Algo muy semejante ha pasado sin duda a los centinelas de aquella guardia célebre, que noche a noche se ahorcaban.

Eran señoras que no habían querido vestirse para la fiesta; doncellas de servicio de las pasajeras ricas, simples criadas de a bordo que aprovechaban la ausencia del mayordomo para echar un vistazo. Ojeda vio despegarse de este grupo y atravesar el jardín de invierno, saliendo a la cubierta, una mujer vestida de obscuro, sencillamente. «¡Ah, señora Eichelberger!...»

Y no creas que usaba términos literarios, ni frases de libro; todo se reducía a confesarle sencillamente lo que sentía, lo imposible que sería olvidarlo nunca, sucediera lo que sucediera; y esto lo escribía con una confianza tan pura, y con tal modo, que ningún hombre, en el caso de José Luis, hubiera podido dejar de enamorarse, aunque Laura fuese una muchacha fea en vez de ser, como es, la más linda de nosotras tres.

En aquel instante apareció un hombre de buena presencia, sencillamente vestido y adornado con la orden de Calatrava... En el momento de presentarse todas las puertas se abrieron para él, y entró en los aposentos del Rey sin pronunciar su nombre. ¿Este será, sin duda, el infante, hermano de Su Majestad? pregunté yo.

Diga usted sencillamente que es una víctima de esta noche peligrosa; yo también lo soy. Y abarcaba con sus ojos de un brillo lacrimoso, la plazoleta blanca por la luna; los nevados naranjos y los rosales y palmeras que parecían negros, destacándose sobre el espacio azul, en el que vibraban los astros como granos de luminosa arena.

Mírame todo lo que quieras, Lorenzo, si no he dicho una blasfemia. Te miro asombrado, sencillamente; creí que ibas a formular una protesta de respeto, de reverencia para las madres y vi en seguida que me equivocaba... una vez más.

¡Ah! exclamé yendo hacia ella en actitud amenazadora, ¿me has hecho traición dos veces?... No me respondió sin bajar los ojos; le he preguntado sencillamente por qué me había preferido siendo pobre, a ti que eres rica... ¡Ah!... Jamás me respondió, me hubiera casado con una mujer que tuviese fortuna... Quiero que mi esposa me lo deba todo, lo mismo su bienestar que su amor...

Hace el bien por hacerlo, sencillamente; no hay en sus actos ni un átomo de egoísmo: es una santa mujer: es religiosa sin ser fanática ni supersticiosa. Pasamos el día juntas, me quiere y la quiero mucho. 19 de junio de 1801. Todo el día de hoy he estado reflexionando sobre lo peligroso de las lecturas fútiles.

Si la señora respetable á quien me he referido más atrás resucitara hoy, no creería el cambio que han sufrido las costumbres de los de su comunión social. Pero vamos á cuentas. No estoy censurando esta nueva afición de mis paisanos, que ya raya en manía; consigno un hecho sencillamente.

Es una tuberculosis modesta, una tuberculosis para personas de poco dinero que no pueden dejar de trabajar ni irse a la sierra a beber leche y respirar aire puro. ¿Por qué este desdén hacia el resfriado en una época tan democrática? Yo sospecho que es, sencillamente, porque los médicos no saben curarlo. Y es inútil que me hablen del cáncer, de la lepra, de la tuberculosis, etc.