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Actualizado: 8 de junio de 2025


El sentimiento que en estos momentos agobia mi alma, indica que aun a pesar mío, estoy adherida a las cosas mundanas; creía que las cosas terrenas me eran indiferentes, y observo que al menor contratiempo sucumbo. ¡Oh, Dios mío! Que llegue con vuestra ayuda a comprender lo pasajero e insignificante de este mundo y lo eterno de los bienes del cielo. 10 de agosto de 1801.

Sigue el diario conteniendo detalles minuciosos y demasiado íntimos que se relacionan únicamente con la vida doméstica. 6 de octubre de 1801. ¡Cómo pasa el tiempo! Hoy es para una fecha memorable. ¡Doce años han transcurrido! Lo recuerdo perfectamente. Era aquel famoso 6 de octubre, tan fatal para la real familia de Versalles, y yo me encontraba entonces en Chatou junto con mi madre.

Además de las campañas en que tomó parte con mi amo, Medio-hombre había asistido a otras muchas, tales como la expedición a la Martinica, la acción de Finisterre y antes el terrible episodio del Estrecho, en la noche del 12 de julio de 1801, y al combate del cabo de Santa María, en 5 de octubre de 1804.

Pues, lectores míos, gobernaba el excelentísimo señor don Gabriel de Avilés y Fierro, marqués de Avilés, teniente general de los reales ejércitos y que, después de haber servido la presidencia de Chile y el virreinato de Buenos Aires, vino en noviembre de 1801 a hacerse cargo del mando de esta bendita tierra.

El escrito que pongo aquí, ya copiando y ya extractando o saltando no pocos párrafos, es como sigue: La admirable escultura de D. Manuel Alvarez, que representa a San Vicente Ferrer, vino a poder de mi madre en el año de 1801. Se la legó al morir el reverendo padre capuchino fray Atanasio, que la custodiaba en su celda desde el año de 1785.

A su lado, y sentada también, hay otra niña de algo más edad, cuya cabecita rubia reposa sobre las rodillas de su madre. Esta mujer es mi madre, y las dos niñas mis hermanas mayores. Las otras dos, que son las más pequeñas, duermen en las cunas colocadas en la alcoba. Esta era mi familia, cuando mi madre dio principio nuevamente a la narración de su diario, el día 11 de junio de 1801.

17 de junio de 1801. La señorita de Lamartine, mi buena cuñada, a quien adoro en el alma, nos ha convidado hoy a comer en su castillo de Monceau. Este castillo es propiedad de mi cuñada y del hermano mayor de mi marido, que es el jefe de la familia. Los dos permanecen solteros.

Bajo el Consistorio, la secta de los teofilántropos estableció aquí su culto. En 1801 tuvo lugar el famoso y raro concilio, á que asistieron ciento veinte obispos constitucionales. Bajo el Consulado, se restableció el culto católico, prévios una misa y un Te Deum, pomposamente celebrados en presencia de los tres cónsules.

16 de junio de 1801. Ayer he ido a Saint-Point, y estoy muy fatigada, a pesar de haber hecho el viaje mitad a pie y mitad a caballo sobre un asno. Los caminos están impracticables, y a no ser por el borriquillo, no me hubiera determinado a hacer este viaje, que ha sido, sin embargo, muy agradable, pues hemos paseado mucho.

Se puede decir que no ha ocurrido en ese país un grande acontecimiento político en que los ciudadanos-soldados de Schwyz no hayan hecho un papel muy importante, desde el tiempo de la primera liga hasta la que, bajo el nombre de Sonderbund, fué vencida por el radicalismo en 1848; luchando sucesivamente en Morgarten, Sempach y otras batallas, contra los Austríacos, en Grandson y Morat contra Cárlos el Temerario, en los combates de 1799 á 1801, contra las tropas de la Francia revolucionaria, y en los conflictos posteriores de la Confederacion que terminaron felizmente en 48.

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