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Actualizado: 16 de septiembre de 2024
Sofía, mi consuelo, mi sociedad única, mi hija querida, marcha este invierno a Mende. ¡Triste de mí!... Mi pobre marido está cada día más delicado, puesto que su dolorosa enfermedad va progresando; yo me consagro completamente a él, procurando hacerle olvidar el tiempo, como quisiera olvidarlo yo también, hasta que vuelva mi hijo de Italia.
Prohibido bajo penas severas, á consecuencia de las desgracias á que daba orígen, el pueblo lo ha ido dejando poco á poco, pero sin olvidarlo del todo. En su orígen este juego homérico, que tiene mucha semejanza con algunos de los que Ercilla describe en la Araucana, se efectuaba retobando un pato dentro de una fuerte piel, á la cual se adaptaban varias manijas de cuero tambien.
Necesito reposo, vida animal, sumirme en una dulce imbecilidad, olvidarlo todo, y acepto con reconocimiento su mano amiga. Después, el día que menos lo piense usted, levantaré el vuelo; la primera mañana que despierte alegre y me cante dentro de la cabeza el pájaro travieso que tantas locuras me ha aconsejado, hago las maletas y ¡a mover las alas!
Un trastazo le echa á pique, y otro le saca á flote; la cabeza se atontece, y el que mejor sabe anadar, trata de olvidarlo pa acabar cuanto antes. Pues á usted de algo le ha servido el saber nadar, puesto que logró salvarse donde tantos otros perecieron. Miróme el hombre con torvo ceño, y díjome con profundísima convicción: ¡Ni pizca, tiña! ¿Cómo salió usted á tierra, si no?
Desde tiempo ya procuraba no hablarme sin cierta reserva de aquella porción de mi vida de adolescente que no había tenido vinculaciones con la suya pero que no por eso estaba menos limpia de misterios. Apenas sabía mi domicilio o cuando menos ponía empeño en ignorarlo o en olvidarlo.
¿Adonde vamos? preguntó distraídamente Castro al llegar a las cuatro calles. Hombre, ¿no habíamos quedado en casar por casa de Calderón? dijo tímidamente y un poco despechado Ramoncito. ¡Ah! sí; se me había olvidado. El joven concejal suardó silencio, admirando en su fuero interno aquella singular facultad de olvidarlo todo, que poseía su amigo.
Tan turbada como yo, intentó distraerme cantando una de esas melodías que tantas veces habían encantado nuestras veladas. Era ¡podría olvidarlo jamás! Era así: «Clara y Paulino veían transcurrir apaciblemente sus días, y veían florecer su juventud y sus amores. Nada, en apariencia, podía separarlos, y se aproximaba el acontecimiento alimentado por su esperanza.
Esta súplica tan humilde hizo que Marta mirara a Mathys profundamente impresionada e indecisa respecto a lo que debía hacer. Su hija fué a ponerse con las manos juntas delante de ella. ¡Oh madre querida, perdón, perdón para la señora de Bruinsteen! ¡Perdonadla! Quiero olvidarlo todo, hija mía murmuró la viuda . Mi felicidad no necesita de la desdicha de la señora ni de la de Mathys.
Somos nosotros los factores... Supongo que no faltará usted. Sería un solemne desaire». «No, no faltaré, pensaba don Fermín dando vueltas en la cama. Ojalá tuviera valor para faltar, para despreciaros, para olvidarlo todo... pero ya estoy cansado de luchar con esta maldita obsesión que me vence siempre.
Habrá dos, y tres, y cuatro que a mis ayes y lamentos respondan con dulce halago; pero ninguna, ninguna, viéndome sufrir callando, llorará como tú lloras, con un lloro tan amargo. Tú, en cambio, mi bien, lloraste y lloraste tanto y tanto, que nunca será posible que yo consiga olvidarlo.
Palabra del Dia
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