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Por poco que esté conmovido, sus ayes y hondos suspiros contrastan con el silencio de la monótona playa. Parece como que se abstrae para oir las amenazas del que ayer le halagaba con acariciadora ola. ¿Qué va á decirle dentro de poco? No quiero preverlo siquiera.

En tanto los asesinos se difundieron por los inmensos claustros del vasto edificio. Oíanse pasos precipitados y ayes lastimeros en lo alto violentos golpes de puertas que se cerraban. Era jueves, y los colegiales externos estaban en sus casas. Muchos jovenzuelos internos fueron acometidos.

Por eso, luz de mis ojos, sólo a te adoro y amo; por eso los ayes míos a sola los consagro; y aunque solamente quieras darme un triste desengaño, tus lágrimas lo han querido: ¡yo siempre seré tu esclavo! Mientras ruge el fragor de los cañones y retiembla la tierra con pavura, y encaramado en la nubosa altura escudriña el avión los batallones;

De cuando en cuando daba Sancho unos ayes profundísimos y unos gemidos dolorosos; y, preguntándole don Quijote la causa de tan amargo sentimiento, respondió que, desde la punta del espinazo hasta la nuca del celebro, le dolía de manera que le sacaba de sentido.

Esta bella joven viene por engaño á la habitación del Príncipe, en la cual, al penetrar en ella, se ve envuelta sola en la más profunda obscuridad, puesto que Don Carlos, por otro motivo, no puede encontrarse á su lado; comienza á temer alguna asechanza y busca una salida, llena de desesperación; oye á lo lejos los ayes inquietos y los suspiros de un moribundo, que aumentan más su horror, y por último, consigue escaparse.

De entre los árboles del bosque llegaba hasta ellos el ruido de unos golpes dados á intervalos regulares, el eco de ayes y lamentos dolorosos y una voz que entonaba acompasado canto. Llenos de curiosidad, se adelantaron rápidamente y vieron entre los árboles á un hombre alto, delgado, que vestía largo hábito blanco y andaba lentamente, inclinada la cabeza y cruzadas las manos.

Oía Fortunata los ronquidos del venerable Platón, cual monólogo de un cerdo, y sentía también los paseos de Ido, y algún monosílabo ininteligible, suspiros que parecían ayes de pena o invocaciones poéticas; y cuando el profesor llegaba en su deambulación febril a la puerta de la alcoba, creía distinguir sus manos o parte de un brazo que subían hasta cerca del techo.

Junto a la casa de Dios varios mendigos extendían las mugrientas manos, y cuando no pasaba gente se insultaban con el más desvergonzado vocabulario, que trocaban en quejumbrosos ayes si alguna señora vieja se detenía a leer los cartelillos de triduos y novenas.

¡Lili, Lili!... gritaba Sofía, esperando que sus amantes ayes detendrían al animal en su camino de perdición, trayéndole al de la virtud. Las voces más tiernas no hicieron efecto en el revoltoso ánimo de Lili, que seguía bajando. A veces miraba a su ama, y con sus expresivos ojuelos negros parecía decirle: «Señora, por el amor de Dios, no sea usted tan tonta».

De repente, escuchóse un gran rumor y estallaron, como trueno formidable, las lamentaciones de las sombras; dando ayes dolorosos, se apartaban de la mesa, volvían a sus nichos y a sus tumbas, y registraban los cuatro rincones, buscando una moneda más que arrojar en la bandeja; las que tropezaban con ella, corrían a ofrecerla a la figura enmascarada, quien, de una vuelta de dados, hacíala desaparecer; las que nada encontraban, gemían, la cara contra la tierra.