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Actualizado: 7 de junio de 2025
Señor Marqués, todas estas razones son las que, no con tanto concierto, pero sí con mayor tenacidad, tienen los indios impresas en el corazón y así con más viveza la manifiestan en su idioma, porque han sido los primeros principios con que se han establecido en la fe promovida en la cristiandad, y las que, sin apartarme un punto de la más rendida obediencia al Rey nuestro señor y sus mandatos, las hago presente á V. S., no para disculpar la resistencia de los indios, la que desde luego repruebo una y muchas veces como lo están vituperando sus Padres Curas con repetidas amenazas, y la que si cayera en otras capacidades, desde luego juzgara dignísima de un pronto y gravísimo castigo, á no considerar por una parte el corto alcance de sus entendimientos para penetrar las superiores razones y dictámenes políticos de los soberanos, y por otra estar faltos de aquella luz que era necesaria aún en los hombres más instruídos para sujetarse á un sacrificio tan doloroso como inesperado, para que V. S. en fuerza de ellas se haga cargo de los motivos eficazmente impulsivos que contra sí tiene la poca advertencia de que los pobres, con ciega obstinación los tiene precipitados y resueltos á morir antes con el rigor de las armas que dejar voluntariamente sus pueblos; resolución bárbara que teniendo atravesados nuestros corazones, la están reprendiendo sus curas con la amenaza prevenida de que los han de abandonar y salir de los pueblos por ser indignos de su protección, siendo inobedientes á su Rey y Soberano; y á este fin, ya sabe V. S. que tengo hecha renuncia de los pueblos resistentes y de todos los que en adelante se manifestaren inobedientes para que el señor gobernador de esta plaza, como Vice-patrón, y el señor Obispo como pastor, los provea de párrocos para que del todo no se pierdan sus almas.
Miguel corrió al instante a recogerlo; al bajarse sintió unos pasos precipitados detrás y vio frente a sí al levantarse a un cadete de Estado Mayor, flaco y larguirucho como una espina, quien le dirigió una mirada torva y colérica y hasta tuvo conatos de abocarle; pero después de vacilar un instante siguió caminando aunque volviendo a menudo la cabeza para mirarle de arriba abajo con expresión nada pacífica.
Mira, chica, mira a aquel señorito cómo se lleva a esos pobres niños... El hijo del brigadier sintió un dulce estremecimiento de gozo al escuchar aquellas palabras: y siguió triunfante con los dos niños. Pero en la esquina de la calle del Prado sintió unos pasos precipitados que seguían los suyos y oyó que le decían: Caballero, déjeme V. llevar uno de esos niños. La voz era conocida.
No tardó en oírse rumor de voces. Cerca se percebian pasos precipitados.
Los Carvajales son llevados á una empinada peña y precipitados desde ella en un abismo; pero antes de dar tan mortal salto emplazan solemnemente al regio juez y á sus acusadores ante el tribunal de Dios en un plazo determinado.
En aquel mismo instante oí pasos precipitados y la voz de Sarto que decía: «¡Dios eterno, es el Duque! ¡Muerto!» Comprendí entonces que el Rey no me necesitaba ya, y arrojando al suelo mi revólver corrí hacia el puente. Oí gritos de sorpresa: «¡El Rey, el Rey!» pero imitando a Ruperto Henzar salté al foso, espada en mano, resuelto a terminar de una vez mi contienda con él.
No miraba nada; por nada del mundo habría osado poner la mano sobre ninguno de los objetos que me rodeaban; inmóvil, atento sólo a penetrarme de aquella indiscreta emoción, sentía agitarse convulsivamente mi corazón, y tan precipitados eran sus movimientos, que instintivamente me apretaba el pecho con ambas manos para ahogar en lo posible los incómodos latidos.
Una de ellas, más intrépida, se apoderó de los cordones de la cortina y tiró de ellos con fuerza. La cortina, al correrse, lanzó también un chirrido de escándalo. Todavía escuché pasos precipitados y rumor de voces. Después, nada; se hizo el silencio. Mi esposa, riendo a carcajadas y ruborizada al mismo tiempo, me cogió de la mano y me sacó de la habitación.
Verificada ésta, no podéis figuraros qué precipitados movimientos hubo en la tropa española. Las de retaguardia que aún llenaban la carretera, corrían velozmente a sostener la izquierda; los cañones ocupaban su puesto; todo era atropellarse y correr, de tal modo, que por un instante pareció que el primer ataque de los franceses había producido confusión y pánico en las filas de Coupigny.
Al oscurecer de una tarde de octubre estaba Julián sentado en el poyo de su ventana, engolfado en la lectura del P. Nieremberg. Sintió pasos precipitados en la escalera. Conoció el modo de pisar de don Pedro. El rostro del señor de Ulloa derramaba satisfacción. ¿Hay novedades? preguntó Julián soltando el libro. ¡Ya lo creo! Nos hemos tenido que volver del paseo a escape.
Palabra del Dia
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