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El deseo de partir el dolor le apretaba la garganta con angustias de muerte.... Y no podía, no podía hablar.... Era una crueldad de su madre no adivinar los tormentos del hijo. Doña Paula le miraba como los demás, como la gente con que había tropezado en la calle, sin conocer que moría desesperado. ¡Y no podía él hablar!».

Rocchio, inmóvil, sentía que aquel número siniestro, 350, le apretaba la garganta, le ahogaba; toda la cólera de que en el día había hecho provisión, y que hacía hervir su sangre, iba a descargarla sobre aquella cifra, nuncio fatal de su ruina.

Cuando todavía el pensamiento seguía dictando a borbotones, tuvo la mano que renunciar a seguirle, porque el lápiz ya no podía escribir; los ojos de Ana no veían las letras ni el papel, estaban llenos de lágrimas. Sentía latigazos en las sienes, y en la garganta mano de hierro que apretaba.

Tosí, sudé, empalidecí, di algunas vueltas al sombrero, estiré el cuello de la camisa, que no me apretaba, y, por último, le alargué la mano. ¿Cómo sigue usted? Tomola, mirándome con desconfianza, y contestó de mal talante al saludo.

Lucía se apretaba el corazón con las manos, se hincaba las uñas en el pecho.... Uno de los golpes recibidos le dolía mucho; era en la clavícula, y parecíale como si tuviese allí un tornillo que le retorciera los músculos para que estallasen.

Como un galgo persigue al través de la verde llanura á la liebre que acaba de levantar entre la maleza, así el héroe de la Braña seguía y apretaba cada vez más al ilustre guerrero de Lorío. Los de uno y otro bando se mantienen suspensos y anhelantes contemplando la carrera de sus jefes, el uno fugitivo, el otro corriendo sobre sus pasos.

Cuando me apretaba con una presión prolongada la mano que le tendí, vi deslizarse dos lágrimas sobre sus mejillas. ¿Habría recibido las confidencias de su hija? La señorita de Porhoet me ha hecho saber que el anciano señor Laroque se halla en cama desde ayer. Ha tenido un ligero ataque de parálisis. Hoy ha perdido el habla y su estado da serias inquietudes. Se ha resuelto apresurar el matrimonio.

¡Se muere! ¡Se muere!... ¡Ha sido ella, , ella!... Pero yo la mato... ¿sabe usted? la mato... Después que me maten a ... que me echen al mar... Quiero vengar a mi señorito... ¡Yo mato la zorra, yo! El anciano, sin saber de dónde la sacaba, apretaba al mismo tiempo con tal fuerza las muñecas del presbítero que a éste le costó trabajo reprimir un grito de dolor. ¡Calma, Ramiro, calma!

Y durante esas horas, sentado junto a la soledad de su triste fuego, apoyaba los codos en las rodillas, se apretaba la cabeza entre las manos, y gemía aún más despacio, como si tratara de no ser oído. Sin embargo, no estaba tan completamente abandonado en su desgracia.

Varias le saludaron llamándole por su nombre, porque era hombre popular y conocido en todas las clases sociales. «Adiós, Velázquez. Adiós, guapo. Adiós, eleganteRespondía y apretaba el paso, porque no le pedía el cuerpo conversación. Sin embargo, en la calle de la Amargura, de un grupo de mujeres disfrazadas de gitanas se destacó una que logró abordarle.