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Luego que los cuatro ilustres senadores que formaban mi auditorio se colocaron bien en sus sillas, saqué fuerzas de flaqueza, tosí, miré á todos lados con angustia, respiré con fuerza, y con voz apagada y temblorosa, empecé de esta manera: «Capítulo primero.

Mirábame con ojos donde chispeaba la gana de soltar una carcajada. Paré, pues, en firme la lengua, y más colorado que un pavo tosí tres o cuatro veces hasta reventar, supremo disimulo que hallé entonces, y le pregunté, afectando gran dominio de mismo, cuántos vasos había bebido ya. Entablamos una conversación indiferente. Sin embargo, a los pocos momentos ella misma volvió a sacar la otra.

Con dos mil pesos de dote es vergonzoso ponerse tan maja siguió diciendo una de las solteronas en un devoto susurro. respondió la otra, así es como se llega insensiblemente a la perdición... Esa chica de los Dumais tiene la simiente de las malas personas. Hice un esfuerzo para no oír más y hasta tosí con furor. Las habladoras siguieron impertérritas.

Mi tío, que presentía un peligro, nos observaba de reojo, y Blanca, ya desconcertada con eso, me incitaba a desistir de mi empresa. Pero yo eché pelillos al mar, tosí con fuerza, y salté resueltamente al palenque. ¿Tío, se puede tener hijos sin casarse? No por cierto respondiome el tío, a quien hizo gracia la pregunta. ¿Sería una desgracia, si desapareciera la humanidad?

Tosí, sudé, empalidecí, di algunas vueltas al sombrero, estiré el cuello de la camisa, que no me apretaba, y, por último, le alargué la mano. ¿Cómo sigue usted? Tomola, mirándome con desconfianza, y contestó de mal talante al saludo.