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Me voy a dedicar con ahinco a prepararme, y en cuanto la lleve, renuncio a lo que puedas dejarme en herencia para que hagas una dote a Aurelia. Yo tengo pocas necesidades y me bastará con el sueldo. Estas palabras generosas conmovieron a la madre. Cada día hallaba más razones para adorar aquel hijo modelo.

Solamente entonces supe que la Bonnetable no se ha consolado todavía de su situación de solterona, debida a su carácter irascible y desagradable. «En los tiempos en que tenía pretensionessegún su expresión, se dice que puso en fuga a cinco pretendientes; los cinco habían estado muy enamorados del dote, que era bueno, pero nunca pudieron resignarse a casarse con la mujer.

Fue bien recibida la instancia, y hasta bien hablada la respuesta; súpolo el tío de Ramona, gustole el intento de su pretendiente, y aun le hizo saber que su sobrina contaba con una buena dote que le daría él, lo cual no desagradó a Santiago, hasta por lo mismo que lo ignoraba; y con la sola condición de que éste, y «por el bien parecer», cambiara de domicilio hasta que el casamiento se efectuara, quedó arreglado y convenido para muy luego.

Era raro el galán que duraba más de un par de meses en su gracia. En realidad ninguno estaba en posición de merecerla. En Lancia y en el resto de la provincia no había quien tuviera hacienda proporcionada a su dote. Si alguno existía, no estaba por su edad habilitado para casarse con tan tierno pimpollo.

Sanchica hace puntas de randas; gana cada día ocho maravedís horros, que los va echando en una alcancía para ayuda a su ajuar; pero ahora que es hija de un gobernador, le darás la dote sin que ella lo trabaje. La fuente de la plaza se secó; un rayo cayó en la picota, y allí me las den todas.

Poca cosa decía la señora Angustias . Pero la niña no viene desnúa: trae lo suyo... ¿Y de ropa? ¡Josú! Hay que ver sus manitas de oro: cómo borda los trapos, cómo se prepara el dote... Gallardo recordaba vagamente haber jugado con ella de niño, junto al portal en que trabajaba el remendón, mientras hablaban las dos madres.

Y cuando, después de tres años de vida común, llena de paz y de consuelo, el Cielo prometió bendecir su unión, ella no cesó, aunque su estado exigía los mayores cuidados, de ir y venir, arreglándolo y dirigiéndolo todo, en la cocina, en la bodega y en la casa. Casi parecía que hubiera querido ganar así para su marido la dote que no había podido llevarle.

En cuanto a la insuficiencia de dote o a la exageración de pretensiones, que hace que una solterona sería feliz al aceptar a los cuarenta años el partido que ha renunciado a los veinte, no creo engañarme haciendo de esos dos motivos la causa inicial del gran ejército de las recalcitrantes.

Seguramente, usted piensa como yo: seríamos despreciables si aceptásemos tal situación. »Cierto, no lo pongo en duda, usted es bastante gentleman para tomarme por esposa sin dote; pero mi padre no lo consentiría, se considera obligado por su formal promesa. Así es que, como usted ve, en esta alternativa no me queda más que decirle adiós.

Pero Huberto nada había dicho que justificase tan repentino cambio de ideas. Que quisiera romper su compromiso después de seis meses de contraído, por una miserable cuestión de dinero, le parecía una suposición grave e infundada. ¿Por qué sospechar que Huberto se hubiese prendado solamente de su dote?