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Las dos tienen los brazos cruzados so el delantal; una cierra los ojos y echa la cabeza sobre el pecho; otra, las puntas del pañuelo cogidas en la boca, echa hacia atrás la testa y mira de cuando en cuando con los ojillos entornados... Pasan dos, tres estaciones; cruza el convoy sobre una redoblante plataforma giratoria. Las viejas se remueven sobresaltadas.

Entre dos puntas de este cabo de Matas hay una ensenada, en que entraron el viernes 11 para registrarla; dando fondo en medio de ella en 30 brazas arena negra, á legua y media ó dos leguas de la tierra.

Las ninfas en sus humidas alcobas Sienten tu rabia, ó vengativo Nume, Y de sus rostros la color les robas. El nadante poeta que presume Llegar á la ribera defendida, Sus ayes pierde y su teson consume. Que su corta carrera es impedida De las agudas puntas del tridente, Entonces fiero y aspero homicida.

Aparte se habrán cocido las legumbres o verduras; guisantes, alcachofas, puntas de espárragos y especias; se mezcla todo; se pone trozos de congrio, angula, y lo que sea necesario, que se tendrá frito; se mete al horno, y cuando esté dorada se sirve.

Sobre la rica alfombra de terciopelo había algunos escupitajos y puntas de cigarro. En la delicada mesilla del centro una licorera con las botellas casi vacías y las copas fuera de su sitio. El duque echó una mirada torva a esta licorera y alzó suavemente la cortina de la alcoba.

Sólo una niña de pocos meses quedó en la carreta-choza jugando con un perro. El domador no ofrecía ese aire, entre petulante y grotesco, tan común a los acróbatas de barracas y gentes de feria; era sombrío, joven, con aspecto de gitano, el pelo negro y rizoso, los ojos verdes, el bigote alargado en las puntas por una especie de patillas pequeñas y la expresión de maldad siniestra y repulsiva.

Vamos en seguida, Baldomero; háganos poner estas cosas en el break. Y diga, don Lorenzo, ¿por qué no le hablan a don Melchor?... puede que cambie. Es inútil, Baldomero, él ha visto perfectamente que nos vamos y no nos ha dicho ni una palabra... ¡Cómo ha de ser!... ¡Hágalo por los viejos! dijo Baldomero dejando caer unas lágrimas que quedaron como engarzadas en las puntas de su barba entrecana.

Esta tela, gruesa y pesada como la vela mayor de uno de los antiguos navíos de línea, la subieron lentamente, hasta que sus dos puntas quedaron sobre los hombros del gigante, uniéndolas por detrás con varias espadas que hacían oficio de alfileres. De este modo las ropas del Hombre-Montaña quedaban á cubierto de toda mancha durante la laboriosa operación.

Y aquella mañana, al bajar del tren, entre los apretones de la muchedumbre, el diputado, sordo a la Marcha Real y a los vivas, se levantaba sobre las puntas de los pies, buscando ver a lo lejos, entre las banderas, la casa azul con sus masas de naranjos. Al llegar a ella por la tarde la emoción erizaba su epidermis y oprimía su estómago.

Después que hubo anudado las cuatro puntas del pañuelo que contenía el equipaje, se incorporó el hombre, volvió la cara..., y conocí en ella á la del Tuerto: pero más obscura, más triste, más ceñuda que nunca. El pintoresco traje del pobre pescador me explicó en un instante la causa del cambio operado en aquella vecindad.