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Eugenia se asomó a ellos para ver pasar los coches que se dirigían a la Opera o al teatro Francés; de pronto lanzó Eugenia un grito, diciendo: «¡Mamá, ven, creo que veo a AlfonsoCorrí a la ventana y le reconocí efectivamente: iba en un elegante cabriolé que él mismo guiaba, acompañado de otro joven: su aire era alegre y animado, lo cual me quitó gran parte del pesar que me oprimía; acababa de ver que estaba bien.

Le habían cerrado los ojos y la boca, pero su rostro conservaba siempre el gesto de amenaza que le era característico, y con el Santo Cristo, que oprimía maquinalmente entre las manos lívidas y como enceradas parecía en la actitud de un centinela que dormita armado para el caso de una sorpresa.

He aquí, pues, lo que quiero pedir a usted: ¿Cree usted que su hermano y su amable señora consentirían en recoger y querer a mi huerfanita, en aconsejarla y guiarla en la elección de un marido y en reemplazar, en fin, a los padres que ha perdido? Respóndame usted con toda franqueza, amigo mío. A pesar de la emoción que me oprimía la garganta, respondí sin vacilar que aceptaría esa misión.

Su cuerpo se tornó flexible como el de una serpiente; sus ojos adquirieron una expresión de alegría pérfida; su mano derecha, que llevaba en el bolsillo, oprimía con toda su fuerza el billete, como si éste fuera su revólver cargado con seis balas o un carnet de policía. No sólo la muchacha, sino muchos otros viajeros comenzaron a desazonarse al mirarle: tan de espía era su apariencia.

Oprimía contra su pecho a una miserable criatura de pocos meses, en cuya carita arrugada la muerte ya había impreso su marca. Rezaba con fervor por ella, mientras los cirios iban gastándose gradualmente, los pobres cirios que esta desgraciada mujer había colocado delante de la humilde imagen de San Antonio.

Y se calló, ocultando su cabeza entre las manos; porque su corazón latía con tal fuerza, que parecía querer saltársele del pecho. Después, reponiéndose, y hablando de prisa, como si hubiera querido escapar a un recuerdo que la oprimía: ¡Qué brillante está el sol! ¡Jesús! ¡qué hermoso matiz de púrpura con reflejos de oro! ¡qué tornasolado tan magnífico y tan raro!

Oprimía a su lado el ministro de Hacienda una mala banqueta, que gemía no tanto por el noble peso que sostenía, como por el mal estado en que se encontraba. Tambaleábase por consiguiente Su Excelencia a cada momento: figurósele al labriego temblor el movimiento oscilante de Su Excelencia; pero está averiguado que era el mal asiento.

La pluma, palpitando de emoción, vió los primeros encuentros, y no apartaba los ojos del que parecía ser rey del ejército por quien más tarde se decidió la victoria. El tal rey llevaba un casco de oro, armadura de bruñido acero, y oprimía los lomos de soberbio caballo tordo.

Quitó el codo de la mesa y apoyó en ella los dos brazos cruzando las manos, entre cuyos dedos oprimía el cigarro, cargado con una pulgada de ceniza; inclinó un poco la cabeza, con cierto misticismo báquico, y con los ojos levantados a la luz de la araña, con palabra suave, tibia, lenta, comenzó la confesión que oían sus amigos con silencio de iglesia.

Con maravillosa rapidez apartó Juanita sus manos y su cuerpo del cuerpo del enemigo, derribado, y quedó erguida sobre él, con la rodilla derecha en tierra y con la rodilla izquierda sobre el estómago y el pecho de don Andrés, donde pesaba y oprimía como pujante prensa de hierro.