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No estando nuestro pez cautivo en su armadura como el cangrejo, vese libre al mismo tiempo de la condición cruel á que estaba sujeta dicha armadura, la muda, del peligro, la debilidad, el esfuerzo, el desperdicio enorme de fuerza que hay en aquellos momentos.

Cabalgaba éste á corta distancia, revestido de armadura completa á excepción del casco con luengas plumas blancas, que sostenía sobre el arzón uno de los escuderos de su escolta. Cubría sus blancos cabellos un birrete de terciopelo color de púrpura y un paje le llevaba la poderosa lanza.

Y juraría que ambos están más acostumbrados á ceñir la armadura y repartir mandobles que á figurar entre cortesanos en la regia cámara. Á otros muchos nos pasa lo mismo, Sir León, repuso Chandos, y bien puedo asegurar que el mismo príncipe respira más á sus anchas en el campo de batalla que en su palacio. Pero oid los nombres de aquellos dos capitanes: Hugo Calverley y Roberto Nolles.

Crúzase con melancólico orgullo aquel museo en que todos nuestros artistas han labrado una columna, colgado un cuadro ó tallado un santo de madera; donde cada conquistador ha depositado las banderas de su ejército y los trofeos tomados al ejército vencido; donde los reyes han buscado sepultura, así como los poetas y los poderosos; donde uno dejó sus alhajas, otro su librería, este su espada y su armadura, aquel las obras de su ingenio.

El que habia pintado las vidrieras no se curaba de lo que habia trabajado el escultor, ni este de lo que labraba el imaginero; ni el plomero se cuidaba de si el desagüe segun su proyecto corresponderia ó no con las vertientes que el carpintero habia dado á la armadura del comblo.

Pocos son los que viajan en alta mar y pocos en el fondo: casi siempre se mantienen en la orilla acechando alguna presa. A menudo, mientras están aguardando que bostece la ostra para almorzársela, el mar se hincha, apodérase de ellos, se los lleva rodando. En este momento el peligro está en su armadura: sólida, sin elasticidad, recibe todos los golpes en seco, rudamente.

De fijo lo menos afortunado en la novela de Pereda es también el carácter de la heroína. Puede decirse, sin agravio de él, que los tipos femeniles y los diálogos de amor han sido, son y serán siempre la parte más endeble de su armadura de novelista. Y aun añadiré que los huye, o los trata con frialdad y despego.

Que el talismán sagrado del ensueño, oculto en mi armadura de guerrero, hará un gigante de mi ser pequeño. Y en una gran batalla yo quisiera hacer del brazo un mástil altanero ¡para elevar al cielo tu bandera! Paseaba su gracia de sultana al múrice reflejo del Poniente, cuando en la luz de su mirada ardiente vi el paraiso de la vida humana.

Los anteojos eran de gruesa armadura blanca, con cristales redondos, y la cofia, de tul negro con cintas moradas. ¡Era cuanto había que ver doña Ramona haciendo media, desde que necesitaba anteojos y papalina!

Por fin levantó el francés su arma para descargar un tajo decisivo, pero aquel momento bastó para que el barón descubriera un punto vulnerable en la armadura del contrario, y pronta como el rayo se clavó su espada en el brazo del francés, en la unión de aquél con el hombro. Poco profunda fué la herida, pero bastó para hacer brotar la sangre, que trazó roja línea sobre el bruñido peto.