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Los manobos se extienden por las márgenes del Butuan, donde son numerosos, llegando hasta las inmediaciones de Davao. De endeble constitución física y pequeños de cuerpo, parecen raza degradada arrinconada hacia el interior por mandayas y moros, gente más fuerte y guerrera que ellos, aunque nunca tan sanguinarios y hábiles en el manejo de las armas.

Como no estuviese enfermo, asistía puntualmente a clase, y era de los que traían mayor trajín de notas, apuntes y cuadernos. Entraba en el aula cargado con aquel fardo, y no perdía sílaba de lo que el profesor decía. Era de cuerpo pequeño y no bien conformado, tan endeble que parecía que se lo iba a llevar el viento, la cabeza chata, el pelo lacio y ralo.

De fijo lo menos afortunado en la novela de Pereda es también el carácter de la heroína. Puede decirse, sin agravio de él, que los tipos femeniles y los diálogos de amor han sido, son y serán siempre la parte más endeble de su armadura de novelista. Y aun añadiré que los huye, o los trata con frialdad y despego.

Pero Doña Francisca, no convencida con tan endeble argumento, continuó chillando en estos términos: «No, no irás a la escuadra, porque allí no hacen falta estantiguas como .

»Pensando en lo delicada y endeble que es tu constitución, siempre creería verte enferma, o amenazada de estarlo. ¿Quién podría decirte a todas horas: Mira, Magdalena, que ese sol del mediodía quema demasiado. Mira, que esa brisa nocturna es fría con exceso. Magdalena, cúbrete la cabeza con un velo. Magdalena, échate un chal sobre los hombros? »No; nadie te hablará así.

Con todo esto no parecía de endeble salud, y era bien proporcionado de cuerpo, la barba negra y hermosa, el cabello rebelde a las artes del peluquero, flexible y libre, ondulante por aquí y por acullá, sin simetría ni compás, mas no sin cierta colocación propia que caracterizaba y embellecía la cabeza.

Más que bofetada fue un empujón; pero el endeble esqueleto de Rubín no pudo resistirlo; puso un pie en falso al retroceder y se cayó al suelo, diciendo: «Te voy a matar... y a ella también». Revolcose en la tierra; se le vio un instante pataleando a gatas, diciendo entre mugidos... «¡ladrón, ratero... verás!...». Santa Cruz estuvo un rato contemplándole con la calma fría del ofuscado asesino, y cuando vio que al fin conseguía levantarse, se fue hacia él y le cogió por el pescuezo, apretándole sañudamente cual si quisiera ahogarle de veras... Reteniéndole contra el suelo, gritaba: «Estúpido... escuerzo... ¿quieres que te patee...?».

Adoraba a Tónica, criatura endeble y graciosa, tal vez por la fuerza del contraste; pero cuando estaba en su casa no podía librarse de la «querencia» a la cocina, como decía Rafael, y allá iba a echar su párrafo, sin pasar nunca de ahí, pues Juanito era casto.

Su figura delicada y endeble alzábase soberbia en el sitio más eminente de la roca y descollaba sobre el azul del cielo. Los dos amantes, situados en un lugar más bajo, desaparecían delante de él como desaparecen de los ojos del público los actores secundarios cuando entra en escena el protagonista del drama.

Mi imaginación se trasladó de nuevo al interior del buque: una pulgada de agua faltaba no más para romper el endeble equilibrio que aún le sostenía. ¡Cómo presenciarían aquellos infelices el crecimiento de la inundación! ¡Qué dirían en aquel momento terrible! Y si vieron a los que huían en las lanchas, si sintieron el chasquido de los remos, ¡con cuánta amargura gemirían sus almas atribuladas!