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Reynoso atravesó el bosque por un lindo y retorcido camino enarenado que él mismo había hecho construir. Al cabo de algún tiempo de marcha el bosque dejaba de ser espesura sombría, impenetrable, y se transformaba en monte ralo de olmos y encinas por cuyos grandes claros pastaban algunas vacas negras y bravas con sus chotillos al lado. El pastor le salió al encuentro.

Como no estuviese enfermo, asistía puntualmente a clase, y era de los que traían mayor trajín de notas, apuntes y cuadernos. Entraba en el aula cargado con aquel fardo, y no perdía sílaba de lo que el profesor decía. Era de cuerpo pequeño y no bien conformado, tan endeble que parecía que se lo iba a llevar el viento, la cabeza chata, el pelo lacio y ralo.

Físicamente tenía Baltasar mediana estatura, la tez fina y blanca, y de un rubio apagado el ralo cabello; pero la parte inferior de su fisonomía era corta y poco noble; la barbilla chica y sin energía, la boca delgada de labios, como la de doña Dolores.

Este canton, situado sobre una colina cubierta de plantas gramineas y de tal cual boscage ralo, se compone de unas cuantas chozas puestas en hilera: sus habitantes, que son los indios quichuas, alcanzan apénas al número de ciento sesenta y cinco. Esta pequeña poblacion disfruta, en medio del pais mas fértil del mundo, de un temperamento húmedo y abrigado, muy agradable por lo tanto.

Era aquel señor alto, seco, aguileño, bajo de color, de edad de cincuenta años, poco más o menos, pelo ralo y entrecano, cejas espesas, las mejillas cuidadosamente rasuradas, dejando solamente debajo de la nariz un exiguo bigote, que cada día iba siendo más exiguo merced a los trabajos invasores que por entrambos lados llevaba a cabo la navaja: la expresión de su rostro, severa e imponente, a lo cual ayudaban en no pequeña parte aquellas cejas pobladas que el buen caballero había recibido del cielo, y que solía arquear y extender en la conversación de un modo prodigioso; y en mayor porción todavía cierta manera extraordinaria de hinchar los carrillos y soplar el aire lenta y suavemente, que infundía en el interlocutor respeto y veneración.

De treinta y cinco á cuarenta años de edad, flaco, rasurado al estilo campesino, dejando no obstante unas cortas patillas por bajo de las sienes para sentar que no lo era, de ojos pequeños y aviesos que bailaban constantemente de un lado á otro en busca de alguna víctima, de pelo ralo y labios finos contraídos por sonrisa burlona.

Isidorito era un muchacho macilento y encogido, con hondos y precoces surcos en las mejillas, de pelo ralo y ojos saltones.

Los ojos de corte oblicuo y el bigote ralo, de desmayados pelos, daban a su cara una expresión asiática; pero el brillo de las pupilas, revelador de una inteligencia despierta, dulcificaba el inquietante exotismo de su figura. Toda su persona denunciaba la miseria de una juventud que lucha desorientada, sin encontrar el camino.

D. Gaspar era un hombre alto, seco, con el rostro lleno de manchas coloradas que delataban su juventud borrascosa, el pelo ralo, la barba, que gastaba al uso de Espronceda, Larra y los literatos del treinta al cuarenta, entrecana y erizada, las manos y los pies descomunales, tan apretados por los callos estos últimos que el poeta andaba apoyado siempre en una muleta y doblado fuertemente por el espinazo.

Había caras lívidas y rostros siniestros entre la muchedumbre de semblantes alegres. El raquitismo heredado marcaba con su sello amarillo multitud de cabezas, inscribiendo la predestinación del crimen. Los cráneos achatados, los pómulos cubiertos de granulaciones y el pelo ralo, ponían una máscara de antipatía sobre las siempre interesantes facciones de la niñez.