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Celebra en este libro y retrata con rasgos, a menudo felices, a varios poetas eminentes de todas las edades y naciones: desde Hornero, Anacreonte, Esquilo y Catulo, hasta Gœthe entre los extraños, y desde Jorge Manrique hasta Espronceda entre los propios.

Doña Gertrudis guardaba con gran esmero una colección lujosamente encuadernada de Judíos Errantes y solía asegurar a los amigos que si el joven que firmaba sus acrósticos con una V y tres estrellas no hubiese fallecido de una tisis galopante, sería a la fecha el poeta a la moda, y que si otro muchacho, llamado Ulpiano Menéndez, que se ocultaba bajo el seudónimo de El Moro de Venecia, no se hubiera marchado a América a hacer fortuna en el comercio, sería por lo menos tanto como Zorrilla o Espronceda.

Como lo indica el epígrafe de esta composicion ella es una variacion sobre el conocido tema de la Cancion del Pirata de Espronceda. La originalidad consiste en haber dado una forma dramática á la actualidad en que se publicó el periódico político con el título de Corsario, del cual esa poesía fué el prospecto.

La capa bohemia supo las gallardías de Espronceda en su buena época romántica, antes de destrozar su leyenda con aquel fementido discurso sobre las lanas... Pelayo del Castillo, Eduardo del Palacio, Manuel Paso, Pedro Barrantes, sabían del encanto de la capa bohemia, que entre nosotros tiene también el desgaire de la capa manolesca. Y ¡Alejandro Sawa!...

Juanito era feliz. Próximo al ocaso de su juventud, a los malditos treinta años de que hablaba Espronceda, en vez de tristes desengaños experimentaba la alegría de saber que en el mundo hay algo más grato que adorar a la mamá como un ídolo y plegarse a todos los caprichos de los hermanitos.

D. Gaspar era un hombre alto, seco, con el rostro lleno de manchas coloradas que delataban su juventud borrascosa, el pelo ralo, la barba, que gastaba al uso de Espronceda, Larra y los literatos del treinta al cuarenta, entrecana y erizada, las manos y los pies descomunales, tan apretados por los callos estos últimos que el poeta andaba apoyado siempre en una muleta y doblado fuertemente por el espinazo.

Las hojas de acero brillaron y se cruzaron gallardamente. Breve fué la lucha: Espronceda, cuya naturaleza estaba aniquilada por su vida de vértigo, cayó en tierra herido de un sablazo. Y así se dió fin a este episodio raro, pintoresco y triste, que era bien digno de la rima.

Verá uté, a me dedicó unos que tengo arriba guardados... Principiaban... Hojas del árbol caídas juguete del viento son... Las ilusiones perdidas hojas son ¡ay! desprendidas del árbol del corazón concluí yo. ¡Toma! ¿También usted los sabe? , señorita; son de Espronceda. No, hijo mío, que no son de ese caballero, que son de Pepe Ruiz; yo misma se los he visto escribir replicó con energía.

Con mucho menos que tuviéramos continuó Maltrana , usted no se vería obligado a meterse en aventuras de colonización y yo viviría hecho un personaje. ¡Lástima que no estemos en los tiempos heroicos y románticos, cuando Lord Byron y Espronceda cantaban el pirata!

Y en su alma suprasensible, de romántica señora, como en un cofre de encanto ella guarda y atesora, la pasión de aquella "Elvira", de los versos de Espronceda... Vivir es condenarse a eterno sufrimiento, llorar continuamente sin encontrar consuelo, buscar con ansia loca el goce de un momento teniendo el alma llena de amargo desconsuelo.