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¡Estás loca! repitió tristemente el tío Manolillo. Pero decidme... decidme... ¿cómo sabéis vos que esa mujer... doña Clara... ama á Juan? ¿Quieres saberlo también? ¿Que si quiero? ¡! Pues bien, ven conmigo. ¿A dónde? A palacio. ¡A palacio! ¿y qué tengo yo que hacer en palacio? dijo con desdén la Dorotea. Verás lo que yo he visto, verás entrar á Juan en el aposento de doña Clara.

Todos sentían por igual el deseo de resarcirse de las privaciones, de acallar la bestia que llevaban dentro, irritada y despierta por una vida de bruscos cambios, tan pronto en la abundancia loca y despilfarradora del saqueo, como en las penalidades de la marcha por llanuras interminables, sin ver el menor rastro de vida.

El marido de doña Feliciana hacía tres años que había ido a Ica a establecer una sucursal de la casa de Lima, quedándose la señora al frente de múltiples operaciones comerciales; y como si Dios se complaciera en echar su bendición sobre la trabajadora limeña, en cuanto negocio ponía mano encontraba una ganancia loca.

Váyase usted, que yo me quedo replicó ella impávida. ¿Pero estás loca?... No estoy loca. Es que... Pero ¿ buscas a alguien? ¿Esperas a alguien?». Isidora no apartaba sus ojos de aquella puerta pequeña por donde entra y sale toda la política de España. «Vaya, que tienes unas cosas... Ya van a dar las diez». Isidora no le hizo caso.

Pero Nébel, en loca necesidad de movimiento, se despidió allí mismo, y huyó con su ramo cuyo cabo había deshecho casi, y con el alma proyectada al último cielo de la felicidad. Durante dos meses, todos los momentos en que se veían, todas las horas que los separaban, Nébel y Lidia se adoraron.

Poco a poco los esfuerzos de su imaginación encaminada hacia un mismo objeto, quizá también por la influencia del aguardiente, dieron a esta visión fantástica una apariencia de realidad; y el buen capitán, creyendo, en su embriaguez, que el mar era aquella riente pradera tan deseada, tuvo la loca idea de querer ir hacia ella. Y en efecto, poniéndose en pie avanzó hacia el líquido elemento.

Además le gustaba de veras la capilla y no quería más contemplaciones. El lugareño creyó que su mujer se había vuelto loca. «Estaría mareada como él». Quiso hablar, pero no lo consiguió en cuanto quiso. Obdulia soltó al aire una carcajada, que oyó don Cayetano desde fuera.

Debéis haberla vuelto loca, don Juan; es la única mujer que conozco digna de vos, y me alegro... ¡oh, , me alegro!... Y la amo porque os ama y me alegraré de tener una ocasión en que demostrarla dignamente mi amor. ¡Oh! No os comprendo Dorotea... yo creía...

Es un verdadero martirio verse abrumada durante muchos años por una loca, que ha recibido de la naturaleza un carácter detestable, que no tiene más propósito que deshonrar mi nombre y arrancarme la vida. , señora, es un martirio cruel para una madre verse obligada, después de tantos sufrimientos, a encerrar a su hija única en una casa de sanidad.

Aquello del teatro..., salir del coro..., ser parte..., dos o tres duros..., los muebles... ¡Era cosa de volverse loca! ¿Y si todo fuera embustería de don Quintín, que tratase de llevarla a una indecente casa de citas por miedo a su mujer?