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Inviala, qué esperas? Esperas á que hable con mas veras? No revolveis la piedra, desleales? Decid, ministros falsos, qué os detiene? Cómo? no me haveis dado ya señales De que haceis lo que digo, y me conviene? Buscais con deteneros vuestros males, O gustais de que yo al momento ordene De poner en efecto los conjuros Que ablandan vuestros fieros pechos duros?

Ligero o pesado, mi amor es como yo, y yo soy como la naturaleza me ha hecho. El gozo de unirme a ti no es bastante poderoso para cambiar mi condición... No te esfuerces tanto, porque si no estás satisfecho y no esperas ser feliz, yo te devuelvo tu palabra.

Esta supuesta maternidad hizo enrojecer débilmente a doña Juana y aumentó la dura brillantez de sus ojos. ¡Ay, la memoria con sus penosas evocaciones!... ¿Y es de de quien esperas tu salvación? dijo lentamente «la Papisa», con una voz que silbaba entre los dientes, separados y amarillentos, pero todavía fuertes . Pierdes el tiempo, Jaime. Yo soy pobre... no tengo casi nada.

No se las veía en las antesalas haciendo esperas, porque conocían las horas del despacho, y si se adelantaban por un caso fortuito, se paseaban en los corredores con aires de dueñas de casa, o formaban en la rueda de los ordenanzas y porteros, donde salpicaban los comentarios banales o los chismes corrientes, con la observación mordaz o el relato pimentado, recogido de "los mismos labios de los de la presidencia", "de los del Congreso" o de cualquier otro foco de fama indiscutible.

Madrid, Abril de 1909. Figúrate, lector, que vuelves a tu casa mohíno y aburrido, lacio el cuerpo, acibarado el ánimo por la desengañada labor del día. Cae la tarde; el amigo a quien esperas, no viene; la mujer querida está lejos, y aún no te llaman para comer.

Un día, al volver a casa, me encontré con que habían dejado un bulto para . Era una caja de unos veinte centrímetros en cuadro, muy empaquetada y llena de sellos de lacre. ¿Qué es eso? me dijo mi madre. No . ¿Has pedido algo? Yo, no. Pero, ¿esperas alguna cosa? Ninguna. Desaté el paquete, le quité el papel, y apareció una caja de metal con su asa, y en ésta una llave sujeta por un cordón.

Váyase usted, que yo me quedo replicó ella impávida. ¿Pero estás loca?... No estoy loca. Es que... Pero ¿ buscas a alguien? ¿Esperas a alguien?». Isidora no apartaba sus ojos de aquella puerta pequeña por donde entra y sale toda la política de España. «Vaya, que tienes unas cosas... Ya van a dar las diez». Isidora no le hizo caso.

Lleno de ternura el corazón y poblada la mente de trágicas visiones, escribió sin duda esa valiente poesía de la que yo recuerdo estas estrofas: suspiro del amor, cual si cupiera, triste la patria, pensamiento alguno que al patrio suelo en lágrimas no fuera. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . »Y ¿con qué corazón, mujer sencilla, esperas que mi dolor te quiera?

¿Esperas, para decidirte, verlo en París en traje de ciudad? ¿Temes otra desilusión como la que tuvimos el año pasado, al encontrar de levita y sombrero alto, a aquel Marcelo Mingot que nos había parecido tan bien aquí, con su gran fieltro gris y su elegante traje de ciclista?

Las cuadras y vaquerías hedían con la fermentación del estiércol; las bocas de las alcantarillas humeaban la podredumbre de sus entrañas; hasta los caballos de los coches de punto, en sus largas esperas, levantaban la cola, impregnando el ambiente con el tufo de la cebada recocida y la paja putrefacta. La calle era más ruidosa que en el resto del año.