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Amparo sentía mucho frío cuando Baltasar llegó. Sentose este al lado de la muchacha, que le presentó un paquete de sus cigarrillos predilectos, emboquillados, bastante largos, liados con gran esmero. Baltasar tomó uno y lo encendió, chupándolo nerviosamente con rápidas aspiraciones.

Otra sonrisa, nein, y un movimiento negativo de cabeza. ¡Ah, ladrón! ¡Cómo abusaba de su necesidad!... Y sólo cuando le hubo entregado cinco monedas pudo adquirir el paquete de víveres. Pronto notó en torno de su persona una conspiración sorda y astuta para apoderarse de su dinero. Un gigante con galones de sargento le puso una pala en la mano, empujándole rudamente.

Roger vió que el corcel venía cubierto de polvo y sudor y que lo montaba uno al parecer soldado, de duras facciones y con casco, coleto de ante y espada. Sobre el arzón llevaba un paquete envuelto en blanco lienzo. ¡Paso al mensajero del rey! gritó al acercarse. Poco á poco, seor gritón, dijo el noble atravesando su caballo en el camino.

Mas sus ojos se fijaban con extrañeza en esta partida inventariada en la larga lista: «Un paquete de veinticinco cartas, atado con una cinta de color de rosa». El respetable Butrón tomó de nuevo la palabra.

Luego se aproximó con aire misterioso para hacerle una nueva revelación. Había visto á un jefe forzar los cajones donde guardaba la señora la ropa blanca, y cómo formaba un paquete con las prendas más finas y gran cantidad de blondas. Ese es, señor dijo de pronto, señalando á un alemán que escribía en el jardín, recibiendo sobre la mesa un rayo oblicuo de sol que se filtraba entre las ramas.

¡Y ahora el secreto escrito sobre ese pequeño paquete de cartas, de aspecto tan insignificante, era mío... con tal que pudiera descifrarlo! Era imposible que pudiese haber una situación más enigmática y mortificante para un pobre hombre como yo.

Sin embargo, recordé lo que mi amigo de Leicester me había explicado, advirtiendo cómo podía encontrarse en la primera letra de cada carta, leyendo consecutivamente una tras otra en todo el paquete, y traté, repetidas veces, de arreglarlas de una manera inteligible, pero no tuve ningún éxito. La cifra seguía tan confusa y enigmática como siempre.

Después de combinado este plan, le refirió a Hales muchos hechos ciertos sobre la vida de mi padre en el mar, con el fin de confundirme y engañarme mejor, pero agregó esa acusación falsa que yo, al verla corroborada por él, tuve la desgracia de creer, es decir, que mi padre había cometido un asesinato para obtener ese pequeño paquete de cartas con el secreto cifrado.

El cura se sonrió y entregó el paquete sin extrañar aquel movimiento involuntario del marido de la doña Emma, que recibía onzas de oro sin saber por qué se le daban. Mas Bonifacio volvió en y exclamó: Pero ¿a santo de qué me trae usted... esto?... Son siete mil reales.... ¿Pero de qué? Yo no soy... quien....

Después, Amaury tomó el diario en el cual apuntaba día por día los pensamientos, las sensaciones y los hechos más notables de su vida, encerró en un sobre el manuscrito y la carta, y llamando al criado le hizo llevar el paquete a su destino, mientras él quedaba con el corazón agitado por la ansiedad y la incertidumbre.