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Actualizado: 1 de mayo de 2025


La figura blanca le echó los brazos al cuello y acercando la boca á su oído le dijo con acento tembloroso, en el cual se percibía al mismo tiempo cierta ferocidad: Quiero... ¡quiero que te vengues de ese infame! Y acabando de decir estas palabras, volvió la cabeza hacia la puerta, y sus ojos hermosos, rasgados, centellearon de indignación. Un paquete de cartas.

Hay, en verdad, tanto ingenio en esta clase de cifra, que un escritor del siglo pasado calculó que en un paquete de cartas cifradas como éstas, existen, por lo menos, cincuenta y dos millones de posibles arreglos y combinaciones. ¿Pero cómo está escrita la cifra? pregunté muy interesado, aun cuando abatido al ver que no podía ayudarme. Del siguiente modo replicó.

Y abriendo de un tirón el cajoncillo del secrétaire, mostró a Jacobo, desde lejos, un paquete de cuatro o cinco cartas, diciendo: A fe que la letra de Rosa Peñarrón y la tuya propia son lo bastante claras para que no necesiten en los tribunales de peritos que las reconozcan.

Martín sacó la carta de Levi-Alvarez y el paquete de letras cosido en el cuero de la bota y separó las ya aceptadas y firmadas, de las otras. Como estas todas eran para Estella, las encerró en un sobre y escribió: «Al general en jefe del ejército carlista.» ¿Será prudente se dijo entregar estas letras sin garantía alguna?

El bote estaba más allá de los pantanos. Nos decidimos e hicimos nuestros últimos preparativos; cada uno llevaría su ropa, una lima y cuatro o cinco chelines en una bolsa, todo envuelto en un trozo de tela impermeable, formando un paquete, atado a la espalda. Las lías pequeñas para sujetarnos al pie las sandalias de madera las llevaríamos, mientras íbamos nadando, atadas al cuello.

Como tropezase con un paquete de cuadernos de sus discípulos, lo rechazó indignado. Sentado en el suelo, buscaba nerviosamente en el cajón inferior del armario, lanzando suspiros de desesperación. ¡Por fin! ¡Allí estaba su diario! Un cuaderno azul, de escritura vacilante, ingenua... Algunas flores secas dentro, un ligero perfume... ¡Dios mío, qué joven era entonces!

Yo elegí el último punto por la comodidad con que entonces se hacía el viaje; pues había un paquete quincenal entre aquel puerto y éste; un quechemarín que se ponía junto á la botica del doctor Cuesta.... ¿Se admira usted? Es que entonces ni existía la plaza de la Verdura, ni en su existencia se pensaba, porque llegaba la marea muy cerca del Arco de la Reina.

Vistióse canturreando trozos de zarzuela. Tomó chocolate con la familia, dió un vistazo a los periódicos nacionales y extranjeros, y sin tallar el paquete de palillos acostumbrado, lanzóse a la calle a cerciorarse del efecto real que el primer número del Faro había producido.

En un paquete de cartas amarillas leí una firmada Juan. En ella se acusaba recibo de una cantidad no pequeña y se decía que enviaba su daguerrotipo, hecho por un fotógrafo de París. No cabía duda que la carta era de mi tío. Estaba escrita desde un pueblo de Bretaña y fechada diez años después de que en Lúzaro se celebrara el entierro.

El señor gobernador comenzó a echar sapos y culebras por la boca, lo mismo que cualquier rufián de callejuelas, y volviendo y revolviendo los papeles, vino a topar con el paquete de las veinticinco cartas. Su gozo fue entonces inmenso: tenía ya asegurada la venganza.

Palabra del Dia

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