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Decidimos que Allen entrara a comprar un poco de pan. Allen volvió en seguida, diciendo que no había nadie. ¿No hay nadie exclamó Ugarte . Pues mejor. Y entró y volvió al poco rato con un pan y un trozo de cecina. Estábamos convertidos en ladrones vulgares, Ugarte se dirigió al puerto. Pero, ¿a qué vamos por aquí? ¿No es mejor ir a la playa? dije yo. Haremos una intentona contestó él.

Doña Paca y Frasquito, de tanto contener el aliento, hallábanse ya próximos a la asfixia. «Han decidido, mejor dicho, decidieron o decidimos... de esto hace dos meses... señalar a ustedes la cantidad mensual de cincuenta duros como asignación provisional, o si se quiere anticipo, hasta que determinemos la cifra exacta de la pensión. ¿Está comprendido?

Después, como el aire, agotado por las luces, parecía ponerse cada vez más impuro, decidimos volvernos a la celda tan hábilmente construida en la entrada de la estrecha galería exterior.

Le invité a tomar cualquier cosa; pero él me dijo que, si quería pagarle algo, prefería llevarlo a casa. Le di dos o tres pesetas y el hombre se largó corriendo. Mi aburrimiento y mi desesperación se iban fundiendo en una niebla melancólica que se apoderaba de mi cerebro. El capitán de la Vertrowen y yo estuvimos mirándonos sin hablarnos. De pronto nos decidimos a marcharnos.

Luego supimos que el cocinero había llenado cuatro barricas a medias de agua y de ron, y habían bebido todos los marineros y chinos hasta quedar borrachos. En vista de que nadie nos espiaba, creímos que se podía hacer un intento de buscar agua, y se lo dijimos al teniente. Vaciamos en la cubierta una damajuana llena de brandy, que sacamos de nuestra cámara, y decidimos traerla con agua.

Aunque nos faltaba poco para el pueblo, decidimos quedarnos allá. Nos sentamos a una mesa y pedimos de cenar. Ugarte se puso a burlarse del capitán Sandow y de su hija. Al principio me indignó; pero luego me produjo lástima y desprecio, comprendiendo que estaba en uno de sus arrebatos de locura, de insensatez.

A la mañana siguiente debía celebrarse mi matrimonio con el conde de Pópoli, y decidimos que aquella misma noche Carlos y yo iríamos a la capilla del castillo por caminos diferentes; que Teobaldo bendeciría nuestra unión, y una vez efectuado nuestro enlace, nos resignaríamos a sufrir la cólera del duque de Arcos, que podría sumirnos en una prisión, arrojarnos del castillo y desheredarnos, pero no romper nuestra unión!

Únicamente alguna vez nos recomendó, en tono de malhumor, que no volviéramos a coger el Cachalote. Al domingo siguiente se lo volvíamos a robar. Un día nos decidimos a pasar la barra, y desde entonces perdimos el miedo y entrábamos y salíamos del puerto con el Cachalote, aunque hubiera mucho oleaje.

Con las emociones y el cansancio se nos había abierto el apetito. Sacamos el pan y el queso y, sentados en la popa, los devoramos pronto. Discutimos nuestro programa para la tarde; decidimos ir a explorar Frayburu.

Teníamos el recelo de que si entrábamos en cualquier puerto pudieran conocer el barco, y por primera providencia nos prendiesen; así, que decidimos aterrar en un arenal. Allen iría a la aldea próxima con los cuatro o cinco chelines que nos quedaban para ver si podía agenciarse víveres; yo marcharía por agua, y Ugarte se quedaría pescando. No encontré por los alrededores ni arroyo ni fuente.