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Además, sueño, sueño demasiado, y cosas por el estilo: Ibamos del brazo por un salón, ella toda de blanco, y yo como un bulto negro a su lado. No había más que personas de edad en el salón, y todas sentadas, mirándonos pasar. Era, sin embargo, un salón de baile. Y decían de nosotros: La meningitis y Su Sombra.

Pero, hombre de Dios, ¿por qué? preguntó el otro con la misma sonrisa. ¡Porque quiero yo!... ¡Porque quiero yo que venza Francia! gritó el señor Paco con la faz pálida ya y descompuesta, los ojos llameantes. Nos quedamos inmóviles y confusos, mirándonos con estupor. Un mismo pensamiento cruzó por la mente de todos.

Nada se opone a que la continuemos... Las condiciones de la vida moderna aumentan considerablemente las probabilidades que tiene una muchacha para no casarse dijo mirándonos una tras otra a todas las jóvenes presentes. Los hechos están ahí, innegables, casi palpables... Destruya usted esos hechos, señor cura, destrúyalos usted interrumpió Francisca con su petulancia habitual.

¡Que no eres nada! exclamó la madre, con sorpresa primero, después con cólera, y mirándonos a todos como para preguntarnos si su hijo se había vuelto loco durante la campaña. Yo no soy nada, no soy más que un papamoscas repuso el chico . ¿De qué me valen esos papeluchos viejos y esos escudos de armas, si todos se ríen de mi desde que abro la boca, porque no digo más que necedades?

Así la moda va, poco a poco, por contagio, exagerándose, hasta que muere por sus propios excesos. La psicología de estas exageraciones reside en que no queremos pasar inadvertidas. Las mujeres nos ofendemos cuando nos miran mucho; pero nos ofendemos mucho más no mirándonos nada. Por aquí también anda el diablo en su doble forma de coquetería y soberbia.

Y todos sin hablar, mirándonos con el ceño fruncido. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué iba a decir? Preciso es que piensen un momento en esto. La enferma, por su parte, arrancaba a veces sus ojos de los míos, y recorría con dura inquietud los rostros presentes uno tras otro, sin reconocerlos, para dejar caer otra vez su mirada sobre , confiada en profunda felicidad. ¿Qué tiempo estuvimos así?

Parece que se ríe mirándonos, porque también tiene ojos; y más allá hay una con joroba, y otra que fuma en pipa, y dos que se están tirando de los pelos, y una que bosteza, y otra que duerme la mona, y otra que está boca abajo sosteniendo con los pies una catedral, y otra que empieza en guitarra y acaba en cabeza de perro, con una cafetera por gorro.

Cuando los mozos se nos acercan, algunos con sonrisita galante y atenciones exageradas, ridículas, otros mirándonos serios, callados, como seguros de conquistarnos en cuanto abran la boca y se decidan, en seguida te encuentras en la gloria y respondes de la mejor manera posible a sus chistecitos amables y a sus miradas irresistibles.

Le invité a tomar cualquier cosa; pero él me dijo que, si quería pagarle algo, prefería llevarlo a casa. Le di dos o tres pesetas y el hombre se largó corriendo. Mi aburrimiento y mi desesperación se iban fundiendo en una niebla melancólica que se apoderaba de mi cerebro. El capitán de la Vertrowen y yo estuvimos mirándonos sin hablarnos. De pronto nos decidimos a marcharnos.

Al siguiente dia se deslizaba tranquilamente nuestra canoa por entre islas guarnecidas de bosques, cuando se presentó derrepente, posada sobre un árbol del ribazo, la mas hermosa, la mas corpulenta, la mas noble de todas las aves de rapiña, una verdadera harpía , que levantaba su bello copete, mirándonos detenidamente sin parecer inquietarse de nuestra presencia.