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Actualizado: 2 de mayo de 2025
12 Por tanto, profetiza, y diles: Así dijo el Señor DIOS: He aquí, yo abro vuestros sepulcros, y os haré subir de vuestras sepulturas, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. 13 Y sabréis que yo [soy] el SE
Pues desembuche, buena madre, dijo Cervantes, que aquí hay lugar donde quepa todo lo que en él entre; y no os abro el apetito regalándoos alguna cosilla que os dé contento, porque pobre ando, y tal, que por Dios que me dejaría ahorcar por dos reales.
Domingo triste... En mi cuartito de fonda, cuya ventana da a las murallas árabes, procuro distraerme encendiendo cigarrillos... Toda la biblioteca de la hospedería ha sido puesta a mi disposición; entre una historia muy detallada del censo de la población y algunas novelas de Paul de Kock, encuentro un tomo descabalado de Montaigne... Abro el libro por donde él quiere abrirse, y vuelvo a leer la admirable carta en que describe el autor la muerte de La Boétie... Heme aquí tan meditabundo y sombrío como jamás lo estuve... Caen algunas gotas de lluvia.
Y otro día, en saliendo de casa, abro mi paraíso panal y tomo entre las manos y dientes un bodigo, y en dos credos le hice invisible, no se me olvidando el arca abierta. Y comienzo a barrer la casa con mucha alegría, paresciéndome con aquel remedio remediar dende en adelante la triste vida. Y así estuve con ello aquel día y otro gozoso.
Pues pasó tiempo, y al año de casados, un día, de repente, plaf... entras tú en mi cuarto y me das una carta. ¿Yo? Sí, una cartita que trajeron para mí. La abro, me quedo así un poco atontado... Me preguntas qué es, y te digo: «Nada, es la madre del pobre Valledor que me pide una recomendación para el alcalde...». Cojo mi sombrero y a la calle.
A Luna le divertían las picardías del Tato, la confianza y el descuido con que iba por el templo, como si el haber nacido en él le privase de todo sometimiento de respeto. La entrada de un perro en las naves le producía alborozo. Tío decía a Luna , va usted a ver cómo me abro de capa. Y tirando de los extremos de la chaqueta, avanzaba hacia el can con contoneos y saltos de lidiador.
Francisco Montiño, cocinero mayor del rey. Os aconsejo que no salgáis dijo el hostelero ; nadie se mueve de noche aunque oiga lo que oiga. ¡Abrid, vive Dios! exclamó Juan Montiño , ú os abro la cabeza. El hostelero abrió sin replicar. Los tres jóvenes se lanzaron en la calle. Un hombre estaba rodeado de otros cuatro. Otros dos hombres se llevaban un bulto.
Despues de lavarme y ponerme á cubierto del frio, porque hace frio, abro la ventana de mi gabinete y me fijo en un rótulo que distingo en la esquina de enfrente: Jeannin, sucesor de Sellier.
Y otro día, en saliendo de casa, abro mi paraíso panal, y tomo entre las manos y dientes un bodigo, y en dos credos le hice invisible, no se me olvidando el arca abierta; y comienzo a barrer la casa con mucha alegría, pareciéndome con aquel remedio remediar dende en adelante la triste vida. Y así estuve con ello aquel día y otro gozoso.
Eso sí, y bien claro se lo solfeó á su hijo: «Si llegas á gastar los cuartos que me valieron las tierras sin cantar misa, Dios te la depare buena, porque, lo que es yo, te abro en canal.» Contribuyó mucho á que el chico entrara en el Seminario, el consejo del mayorazgo de la Casona.
Palabra del Dia
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