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Actualizado: 2 de junio de 2025


A pesar de cuanto me dice, yo encuentro otro medio mas sencillo, cual es el asistir á las escenas donde se me presenta en movimiento y vida lo que trato de conocer. Abro los escritores de aquellas épocas, que no son ni en tanto número, ni tan voluminosos, y allí encuentro retratos fieles que enseñan y deleitan. La Biblia y Homero nada me dejan que desear.

Sin decirla nada, sin saber lo que hacia, tanto ó más aturdido que mi amigo, abro mi cofre, y le doy los ciento setenta napoleones que necesita. Aquel hombre coge el dinero, me aprieta la mano sin decir palabra, y con los ojos humedecidos, sale precipitadamente de mi habitacion. Si él no me paga, exclamé para , Dios me lo pagará.

No, señor, son las ocho no más. Abro los ojos asombrado y me encuentro a mi elegante de pie, vestido, y en mi casa a las ocho de la mañana. Joaquín, a estas horas. Querido tío, buenos días. ¿Vas de viaje? No, señor. ¿Qué madrugón es este? ¿Yo madrugar, tío? Todavía no me he acostado. ¡Ah, ya decía yo!

Antes me arrancaré la lengua que pronunciar su nombre delante de otra persona. Su nombre, su casa, su familia, todo es misterioso. Yo me deslizo en la oscuridad, en oscuridad profunda que no proyecte sobra alguna, y abro mis brazos para recibirla, y los oscuros cuerpos se confunden en el negro espacio.

Lo que es esas recopilaciones de sermones que todos juntos no equivalen á una página de Séneca, y todos esos librotes de teología, ya se presumen vms. que no los abro nunca, ni yo ni nadie. Reparó Martin en unos estantes cargados de libros ingleses. Bien creo, dixo, que un republicano se recrea con la mayor parte de estas obras con tanta libertad escritas.

Abro con mi desaprovechada llave, sin esperanza de sacar provecho, y vi los dos o tres panes comenzados, los que mi amo creyó ser ratonados, y dellos todavía saqué alguna laceria, tocándolos muy ligeramente, a uso de esgremidor diestro. Como la necesidad sea tan gran maestra, viéndome con tanta siempre, noche y día estaba pensando la manera que temía en sustentar el vivir.

Luis XIV no tenia necesidad de otro monumento que Versalles, para que la fama le festejara con el epíteto de uno de los reyes más galantes que conoce la historia. En este momento sentimos que llaman á la puerta de nuestro cuarto; abro y me doy de cara con un ingeniero español, á quien vi ayer en una de las salas de Horacio Vernet.

De que salió de su casa, voy a ver la obra y hallé que no dejó en la triste y vieja arca agujero ni aun por dónde le pudiese entrar un moxquito. Abro con mi desaprovechada llave, sin esperanza de sacar provecho, y vi los dos o tres panes comenzados, los que mi amo creyó ser ratonados, y dellos todavía saqué alguna laceria, tocándolos muy ligeramente, a uso de esgremidor diestro.

Al entrar en nuestra habitacion, vi algunas cartas sobre la chimenea. Abro la primera que cogí, y con la carta abierta en la mano, digo á mi compañera: ¿Por quién dirás que podemos volver á España cuando queramos? Mi mujer me miraba con mucha atencion, y con un aire indefinible de sorpresa y de regocijo. ¿Por quién? me preguntó. Por la ciudad de Reus. ¡Bendita sea! exclamó mi mujer.

Apeóse el carretero y desunció a gran priesa, y el leonero dijo a grandes voces: -Séanme testigos cuantos aquí están cómo contra mi voluntad y forzado abro las jaulas y suelto los leones, y de que protesto a este señor que todo el mal y daño que estas bestias hicieren corra y vaya por su cuenta, con más mis salarios y derechos.

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