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Actualizado: 2 de junio de 2025
Parecióme con lo que dijo pasarme el corazón con saeta de montero, y comenzóme el estómago a escarbar de hambre, viéndose puesto en la dieta pasada. Fue fuera de casa; yo, por consolarme, abro el arca, y como vi el pan, comencélo de adorar, no osando recebillo. Contélos, si a dicha el lacerado se errara, y hallé su cuenta más verdadera que yo quisiera.
«Querida amiga: »El alma hermana no es un mito, pues ha dado señales de vida. Adjuntas esas señales, con muchos besos de tu Abro la carta y descubro con encanto el milagroso hallazgo... El alma hermana está en mis manos, al menos por la expresión de sus pensamientos... ¡Qué dichosa soy!...
¡Oh!, no son disparates replicó el farmacéutico, dando algunos pasos delante de ella y procurando que dichos pasos fueran todo lo airosos posible . Perdóneme usted mi atrevimiento. Yo las gasto así; siempre he sido Juan Claridades, y cuando una idea quiere salir de mí, le abro la puerta para que salga, porque si la dejo dentro, estallo... Pues decía... ¿Se va usted a enfadar?
Mi padre me recomienda que escriba a Vd. que me abro las carnes a disciplinazos. Como dentro de poco sostiene que me dará por enseñado, y no desea jubilarse de maestro, me propone otros estudios extravagantes y harto impropios de un futuro sacerdote.
Miranda accionaba, y con voz ronca, estrangulada y tartajosa de rabia, decía, dando al diablo todo su porte cortesano: Fuera de ahí, so tío... so entrometido.... ¿usted que... qué tiene que ver?... Yo la abo... la abofeteo, porque pu... pu... puedo y me da la gana.... Soy su marido. Si no se va usted, le parto por la mitad... le abro en canal....
¡Que no eres nada! exclamó la madre, con sorpresa primero, después con cólera, y mirándonos a todos como para preguntarnos si su hijo se había vuelto loco durante la campaña. Yo no soy nada, no soy más que un papamoscas repuso el chico . ¿De qué me valen esos papeluchos viejos y esos escudos de armas, si todos se ríen de mi desde que abro la boca, porque no digo más que necedades?
Si no fuera por la situación de nuestro padre, tu lenguaje me haría gracia. ¿Conque Job tuvo paciencia y Leocadia estaba sucia de pecado cuando, en vez de ir a corretear iglesias, atendía a las necesidades de papá? ¿Conque ahora, que mi madre casi ha perdido el juicio, es cuando estás abriendo para ella el Paraíso? Sí, ¿eh? pues ahora es cuando abro yo la puerta de casa para que te vayas.
¡Niégueme Dios su gloria si yo no abro en canal á esta bribona!... Déjamela, no vos atraveséis delante.... ¡Dame esa cara impostora!... ¡Sal á la luz ... que pueda yo echarte mano! Deja, que yo la alcanzaré bramó á su lado la mujer que estuvo á pique de ser azotada, levantando en alto la jarra vacía del aguardiente. ¡No tires!... gritaron algunos hombres, corriendo á detenerla. ¡Quiero matarla!
No con el lenguaje, sino con aquella cara gatesca y aquella boca que parecía que se estaba siempre relamiendo, decía: «Señorita, abra usted y no haga más papeles. Si al fin ha de abrir mañana, ¿por qué no abre esta noche?». Como si esto hubiera sido expresado con la voz, con la voz respondió la señora: «No, no abro». Vaya por Dios... Largo y temeroso silencio siguió a esto.
Dejo el periódico; trato de dormir otra vez; abro de nuevo los ojos, exasperado. En la negrura, la estrella titilea, blanca, violeta, azul, anaranjada; una luz pasa vertiginosa y marca sobre los cristales una encendida estela fugitiva. Y cuando el tren se detiene de pronto ante una estación solitaria, oigo, en el profundo reposo de la llanura, el tric-trac del telégrafo, sonoro y presuroso.
Palabra del Dia
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