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Procuraré prestaros parte de mi fortaleza; emplearé con vos todo el tesoro de consuelos de que mi alma está llena; os enseñaré á encontrar la alegría en la tristeza, el placer en el dolor; haré que, reconcentrada vuestra alma, busquéis la vida en vos misma; os daré el filtro que hace soñar, levantando vuestra alma; seréis mi hija, y yo seré vuestro padre; os retiraréis del teatro, y no entraréis en un convento, viviréis en el mundo, dominándole, despreciándole, engrandeciéndoos á vuestros propios ojos, con la comparación interna de lo que vos valéis, y lo que el mundo vale.

Eran las dos: el señorito se estaba levantando en aquel instante. Y su padre se retiraba furioso. Pero ¿cuándo pintaba este pintor?... Había intentado al principio conquistar un renombre con el pincel, por considerar esto empresa fácil.

De allí pasó á echar pullas y sarcasmos sobre la pretension que tenían algunos sopladillos de enseñar á sus maestros levantando una academia para la enseñanza del castellano.

Don Víctor levantó entonces los ojos y pudo apreciar que eran, en efecto, encantos los que no velaba bien aquella chica. Se cerró la puerta del cuarto de Petra y don Víctor emprendió de nuevo su majestuosa marcha por los pasillos. Pero antes de entrar en su cuarto se dijo: «Ea; ya que estoy levantando voy a dar un vistazo a mi gente».

-Digo, señora -respondió él-, que en las cortes de los otros príncipes siempre he oído decir que en levantando los manteles dan agua a las manos, pero no lejía a las barbas; y que por eso es bueno vivir mucho, por ver mucho; aunque también dicen que el que larga vida vive mucho mal ha de pasar, puesto que pasar por un lavatorio de éstos antes es gusto que trabajo.

Doña Clara se puso vivamente encendida, y ocultó su rostro embellecido por la felicidad y por el pudor, en el seno de la duquesa. Sois un tesoro, doña Clara dijo la duquesa, levantando entre sus manos la hermosa cabeza de doña Clara y besándola en la boca. Don Juan, dominado por su amor, por sus sentidos, apoyó un brazo en el sillón, y en su mano la cabeza.

¿Qué hay? gritó con voz agria, levantando la cabeza y mirando a los escarabajos que tenía enfrente.

No, parecía muy satisfecho y meneaba la cabeza con aire aprobador; después se dirigió a la mesa y escribió algo sobre un gran papel. ¡Oh Dios mío! exclamó Marta, levantando las manos al cielo. Elena la miró temblando; pero la viuda evitó la explicación, diciéndole, mientras se iba del cuarto: No temas, querida. Hay secretos que un día conocerás. Por ahora no tienes nada que temer.

Mientras hablaban los dos, Ricardo, alejándose un poco de ellos, intentó dar vuelta al rancho para llegar á su puerta; pero el otro cordillerano, adivinando su intención, se colocó ante él, levantando la carabina como si fuese á apuntarle.

Mas ahora lo que oía era un grito de desolación, una amenaza: «Vente, vente. La muerte es muy triste; pero la vida es más triste todavíaConcluyamos dijo levantando la cabeza. Avanzó el cuerpo; extendió los brazos. En aquel momento pensó que el instinto de conservación le haría nadar seguramente, y se detuvo. Miró a todas partes buscando algún peso.