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Actualizado: 10 de septiembre de 2024


Luego, el nuevo político se va a Madrid y comienza a pedir. Pide muelles, dársenas, puentes, carreteras, grupos escolares, ¡lo que haya! Un día, paseándome por los pasillos del Congreso con un prócer de la política, vimos aparecer a lo lejos la figura de un diputado paisano mío. Vamos a darle esquinazo me dijo el prócer ; porque, en cuanto me descuide, ese hombre me saca un puerto...

Este enfermo crónico comía con una voracidad pantagruélica, y para vencer la torpeza de sus digestiones caminaba a todas horas por el buque, ensalzando las ventajas de la marcha. Únicamente en el café se le veía sentado: el resto del día lo pasaba dando vueltas en la cubierta; y cuando la afluencia de gentes dificultaba su tenaz ambulación, circulaba abajo por los pasillos de los camarotes.

En los guardarropas, en los gabinetes de aseo, en los pasillos interiores, en los subterráneos, en todos los recovecos donde criados, camareras y bomberos viven bajo una eterna luz artificial, esta novedad sacudía la calma dormitante del personal subalterno.

Obdulia no cesaba de dar pellizcos al tesoro de su mamá para adquirir tiestos de bonitas plantas, en los próximos puestos de la Plazuela de Santa Cruz, y en dos días puso la casa que daba gloria verla: los sucios pasillos se trocaron en vergeles, y la sala en risueño pensil.

La numerosa servidumbre de la casa emprende la faena de limpieza, y estrépito de escobazos corre por salas y pasillos, confundiéndose con el sacudir de ropas, el arrastrar de muebles.

Vaya usted, señor Coliñón, a ver a sus amigos, hasta la hora del refectorio. Ya conoce el camino. Están en el jardín, de seguro, esperándole con impaciencia. El señor Colignon recorre unos pasillos, donde huele a bazofia, y sale al denominado jardín; un jardín sin más flores que algunos asfodelos.

Bien lo necesitaba el pobre caballero. Estaba tan demudado y tembloroso que Amalia pensó que iba a caer desmayado. En apretado haz salieron los tertulios a los pasillos y bajaron la gran escalera de piedra sucia y húmeda. Un criado les abrió la puerta de la calle. ¡Ay! ¿Quién habrá dejado aquí este canasto? dijo Emilita Mateo, que tropezó la primera con el estorbo.

Las criadas, que habían acudido y presenciaban atónitas la escena, dejáronla paso y huyó por los pasillos y tomó por la escalera. La puerta de la calle estaba abierta. El cochero, al llevar los caballos al agua, la había dejado así.

Dígala Vd., de parte de su hijo, que, si quiere, pronto podrá quedarse aquí para siempre. Adiós, señor repuso secamente la del hábito. Salió Pepe al corredor que comunicaba con el zaguán, y al atravesar el cruce de dos pasillos vio claridad de luz artificial en una puerta entornada: atraídos sus ojos por el resplandor, miró, y tras aquella puerta vio a su madre, que estaba espiando su salida.

Tres mil mujeres se hallaban sentadas en un vasto recinto abovedado; tres mil mujeres que clavaron sus ojos sobre . Quedé avergonzado, confuso; pero supe aparentar cierto desembarazo, y me puse a charlar con Nieto, haciéndole preguntas tontas, mientras me guiaba por los pasillos del taller. Apenas se respiraba en aquel lugar. El ambiente podía cortarse con un cuchillo.

Palabra del Dia

jediael

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