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Dígala usted que el arrepentimiento y el dolor hacen con las heridas de nuestra alma, lo que el bálsamo con las heridas de nuestro cuerpo. Madama Fonteral, moviendo afirmativamente la cabeza en señal de contento y de aprobacion, echó á escape, mientras que yo me volvia á mi cuarto. Cuando llegué, Luisa no estaba en el balcón, y mi mujer me dijo que temía una desgracia.

Dígala Vd., de parte de su hijo, que, si quiere, pronto podrá quedarse aquí para siempre. Adiós, señor repuso secamente la del hábito. Salió Pepe al corredor que comunicaba con el zaguán, y al atravesar el cruce de dos pasillos vio claridad de luz artificial en una puerta entornada: atraídos sus ojos por el resplandor, miró, y tras aquella puerta vio a su madre, que estaba espiando su salida.

No entendemos esa razón, señor galán respondió Rincón. ¿Que no entrevan, señores murcios? respondió el otro. No somos de Teba ni de Murcia dijo Cortado ; si otra cosa quiere, dígala; si no, váyase con Dios. ¿No lo entienden? dijo el mozo . Pues yo se lo daré a entender, y a beber, con una cuchara de plata: quiero decir, señores, si son vuesas mercedes ladrones.

Haga usted de modo que ella ignore quién la suministra este insignificante recurso, y quién la hace estas preguntas, á fin de que tenga algo que la distraiga del pensamiento que la domina, y que acabará por volverla loca. Dígala usted que no se desespere, que no se apure, que no se aflija.

Dígala usted que hay un deber, el último entre todos los de la vida; el supremo entre todos los grandes deberes; el que nos imponen nuestras culpas; el deber de llorar y de pedir que nos perdonen; el deber de esperar la ventura y la dicha por el merecimiento de la humildad y del dolor.

Vaya usted volando, y dígala usted que no se abata, que no se aflija, que no se desespere; dígala usted que no está sola; que no está abandonada, que hay ojos que la miran; que hay corazones que la compadecen; que hay enfermeros que velan por ella á la cabecera de su cama. Dígala usted que tenga generosidad, abnegacion; la abnegacion del verdadero arrepentimiento.

En fin, dígala usted que se levante de la cama, y que se tranquilice; que irá á su casa, que irá á Pisa, que su familia la perdonará, y que si hay virtud en su corazon, si hay vida en su conciencia, si hay calor en su alma, todavía puede ser feliz. Vaya usted volando; en la inteligencia de que si usted no la dice todo eso, ó si no se lo dice bien, Luisa se muere.

Dígala Vd. que he venido yo mismo, que está aquí su hijo. No le sugería el pensamiento frase más poderosa. La monja afectaba tranquilidad; pero la entonación que Pepe daba a sus palabras, no era para inspirar confianza.