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Hernando de Vallejo. Vi este libro intitulado Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, y no hay en él cosa digna de notar que no corresponda a su original. Dada en Madrid, a veinte y uno de otubre, mil y seiscientos y quince. El licenciado Francisco Murcia de la Llana.

Iba á trabar el primer asalto contra los reales enemigos, cuando le ocurrió, sin embargo, un pensamiento que detuvo sus ímpetus guerreros. «Ciudades como Córdoba, dijo, no se sitian con escasas tropas ni sin esperanzas de buen éxito: ¿de qué servirá empeñar una lucha en que he de salir vencido? La ruina de la ciudad producirá la mia; Murcia caerá; el poder del Islam llegará al borde del abismo.

Había estado en los gaos más famosos por sus aglomeraciones de gentes de la raza; había corrido Andalucía, conocía Murcia, y hablaba de sus viajes a Valladolid y Rioseco. Nadie dudaba de su ciencia. Rara vez decía fartan las flores blancas. Las probesitas gitanas son jembras decentes. Ya quisieran muchas de las payas que van por las calles del Gao de los Foros asemejarse a nosotras.

Murcia os proclama emir; Valencia os ofrece una corona; si venceis á Al-hamar, es vuestro todo el pais de Andalucía: ¿qué puede importaros, atendido vuestro brillante porvenir, una ciudad que ya no es mas que un nombre?

La España arábiga ó en que predomina el elemento árabe, por la sangre, las costumbres y la industria, vastísima region que abarca todo el litoral de la península desde las bocas del Ebro hasta la del de Guadiana ó la frontera marítima de Portugal, comprendiendo en su totalidad las Andalucías y los antiguos reinos de Murcia y Valencia. Tercer grupo. Cuarto grupo.

No entendemos esa razón, señor galán respondió Rincón. ¿Que no entrevan, señores murcios? respondió el otro. No somos de Teba ni de Murcia dijo Cortado ; si otra cosa quiere, dígala; si no, váyase con Dios. ¿No lo entienden? dijo el mozo . Pues yo se lo daré a entender, y a beber, con una cuchara de plata: quiero decir, señores, si son vuesas mercedes ladrones.

Y ¿por qué? me han preguntado al notarlo más de un forastero. ¿Por qué vuela el ave?; ¿por qué corre el gamo? les he respondido yo; y ¿por qué se dan los dátiles en Berbería, y las naranjas en Murcia, y el arroz en Valencia?

El bastardo de Ceuta, del licenciado Juan Grajales. La venganza honrosa, de Gaspar Aguilar. La hermosura de Raquel, de Luis Vélez de Guevara, gentil-hombre del conde de Saldaña. Dos partes. El premio de las letras por el rey Felipe II, de Damián Salustrio del Poyo, natural de Murcia. La guarda cuidadosa, del divino Miguel Sánchez, vecino de la ciudad de Valladolid.

En las huertas de Murcia y Valencia, en la hoya de Málaga, en las márgenes del Guadalquivir y hasta en la misma vega de Granada, la Primavera se deslía, se esfuma con el invierno: es una Primavera difusa o harto desvanecida.

Y, habiendo andado como dos millas, descubrió don Quijote un grande tropel de gente, que, como después se supo, eran unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia. Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie.