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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Un buen emir me recogió con mi hermana y me envió al colegio, porque hay más instrucción y más colegios en Alejandría que en todas las Españas, Blasillo. Le creo a usted, comandante. Aprendí allí la lengua francesa, el español, la ciencia de los números, el arte náutico. Salí de allí hecho un buen marino. ¡Y que lo diga usted!
Los bulliciosos «latinos» de la proa también estaban silenciosos y preocupados, como los navegantes que avistan una tierra nueva. Únicamente el Emir y algunos españoles que llegaban a la Argentina por segunda vez parecían contentos. La gaita pastoril sonaba lo mismo que las otras tardes en el silencio del mar, pero su dulzura bucólica tenía cierto temblor de sonrisa.
¡Oh! porque yo hundí cinco veces mi kangiar en la garganta del buen anciano emir que nos recogía a Sed'lha y a mí, y me hizo instruir como un rabino. ¡Dios del Cielo! ¡otro asesinato! ¡Usted asesino de su bienhechor! Había abusado de la hospitalidad que nos diera para seducir a mi hermana, con la que no podía casarse. ¿Qué hubieras hecho en mi lugar, Blasillo?
El emir, para tomar venganza, entró en Milianah estando ausente Sid'Omar, saqueó sus palacios, taló sus naranjales, apoderose de los caballos y de las mujeres e hizo aplastar la garganta de su madre con la tapa de un arcón... La cólera de Sid'Omar fue terrible; alistose en seguida al servicio de Francia, y mientras duró nuestra guerra contra el emir no hubo un soldado mejor ni más bravo que él.
La seda, deshilachada en los sitios de mayor roce, dejaba escapar las vedijas de algodón de su acolchado. Pero a pesar de esta ruina y de los pantalones y botines de obrero europeo que dejaba ver por debajo de la vestidura oriental, el árabe de Siria ofrecía un hermoso aspecto. Ojeda lo reconoció: era el Emir.
El hijo del emir, los altos funcionarios de palacio, cuantos rodeaban á el Hakem le suplicaban con instancia que les permitiese salir para aplacar el tumulto con palabras de paz y de concordia; pero el Hakem, sediento ya de sangre, no quiso escuchar mas que la voz de sus pasiones.
Aben-Abed, emir de Sevilla, era á la sazon uno de los reyes mas temidos de la Andalucía. Llevado de una ambicion sin límites, no perdonaba medio para ir dilatando sus vastas posesiones: donde creía infructuoso el valor, empleaba la astucia y la perfidia.
El emir Edrisi hablaba de las islas de Uac-uac, último término del mundo en el siglo XII por la parte de Oriente: islas tan abundantes en riquezas, que los monos y los perros llevaban collares de oro.
El Emir se había despegado de sus compañeros para ejecutar un solo de danza. Acompañado por la flauta y agitando entre ambas manos un pañuelo rojo, bailó frente a Nélida, como si la dedicase todos sus gestos y contorsiones. Movía las caderas con femenil vaivén, lo mismo que las almeas, provocando grandes risas por sus estremecimientos lascivos.
Vivió pronto no ya en medio de la animacion, sino en una agitacion febril alimentada sin cesar por odios y ambiciones personales: hoy vió entronizar á un emir, mañana le vió deponer por una muchedumbre insensata ó por una soldadesca ébria; precipitóse todos los dias mas á la anarquía y estuvo próxima á una completa ruina.
Palabra del Dia
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