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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Conservaste tu orgullo, te acordaste alguna vez de que habias sido la capital de una vasta monarquía; pero en vano: tus enemigos pasaron sobre , como pasa el hombre sobre todo miserable reptil que se atraviesa en su camino. Al-Mamun te sujetó sin perder un soldado de su ejército: Aben-Abed te recobró sin desnudar la espada.

La sangre de Abd-el-Melyk estaba aun caliente, cuando, henchida de gozo, levantabas á Aben-Abed sobre tu escudo: ¿qué se habian hecho ya tus sentimientos? ¿ni una lágrima tenias siquiera para el nieto de Gehwar, de ese califa que habia sabido inmolar en tus aras todas sus pasiones? ¿qué creías poder aguardar de esos emires de Sevilla? no hicieron mas que cubrirte de vergüenza y de ignominia: no respetaron ni tu trono.

El título de califa de Córdoba habia sido hasta entonces el sueño de oro de cuantos sentian en su pecho sed de gloria: Aben-Abed lo despreció, tal vez para hacer mas evidente tu miseria y acabar de sepultarte en el olvido. Hasta el nombre de reina has ya perdido: no es ya Sevilla tu rival, es tu señora.

Aben-Abed, emir de Sevilla, era á la sazon uno de los reyes mas temidos de la Andalucía. Llevado de una ambicion sin límites, no perdonaba medio para ir dilatando sus vastas posesiones: donde creía infructuoso el valor, empleaba la astucia y la perfidia.

La obtuvo, y escitó con esto la cólera de tus enemigos. Vió en breve contra las tropas de Al-Mamun, mas belicoso que el mismo Ismail su padre; quiso hacerle frente, y salió vencido en la primer jornada. Lleno de sobresalto, imploró entonces por medio de su hijo Abd-el-Melyk el favor de Aben-Abed. Logró salvarte del furor de Al-Mamun; mas acabando para siempre con tu independencia.

Palabra del Dia

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