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Marcha de triunfo tocan atabales, y añafiles, dulzainas y trompetas, y en la impaciencia de ostentar su triunfo rápidos cruzan la tendida vega, y por Elvira en la ciudad alegre en cerrado escuadron altivos entran, y del rey Ismail al par marchando, las hermosuras que Granada encierra; ven al hermoso Ataide y le codician al verle junto al Rey de tal manera, y Ataide, el desdichado, va llorando, la mente en Leila y en su madre puesta, y que es de gozo por su altivo triunfo, los que le miran, con envidia piensan.

Contra el muerto caballo replegado batallaba Ismail, cual la pantera de innumerables canes acosada, en los que alcanza brava se ensangrienta.

La obtuvo, y escitó con esto la cólera de tus enemigos. Vió en breve contra las tropas de Al-Mamun, mas belicoso que el mismo Ismail su padre; quiso hacerle frente, y salió vencido en la primer jornada. Lleno de sobresalto, imploró entonces por medio de su hijo Abd-el-Melyk el favor de Aben-Abed. Logró salvarte del furor de Al-Mamun; mas acabando para siempre con tu independencia.

Libre se ve Ismail por su bravura cuando creyó su perdicion ya cierta, y los brazos le tiende, y en un punto contra su bravo corazon le estrecha. ¡Pide dícele al fin cuanto quisieres, que por mucho que pidas, recompensa pareceráme poco cuanta darte mi potestad y mi cariño puedan!

Y cabalga Ismail en un caballo que sus humildes siervos le presentan, y á Ataide con la púrpura vistiendo, otro caballo igual gratos le muestran.

Sucedió esta durísima batalla que ensangrentó la granadina tierra el año mil trescientos diez y nueve, mañana de San Juan, triste y sangrienta para el cristiano bando, y venturosa para la gente indómita agarena: en Castilla reinaba Alfonso Onceno, y rey y emir de los alarbes era el terrible Ismail.

Quiso sujetar á fuerza de armas á los que coartaban mas de cerca la accion de los poderes públicos; y escitó contra á Ismail, el mas audaz de los rebeldes. Perdió en la lucha su reputacion, su ejército, su vida. Murió Gehwar y volviste á caer en un abismo. Su hijo Mohammad, temeroso de Ismail, solicitó la alianza de los emires de Badajoz y de Sevilla.

Fué, que el bravo Ismail, harto empeñado en la revuelta bárbara pelea, el caballo perdió: cercado vióse de cristianos sin fin, que á grande priesa su desclavado arnés crujir hacian de rudos golpes bajo lluvia densa. ¡Es el Rey de Granada! voceaban. ¡Á prision recibidle! ¡No! ¡que muera! y el tumulto arreciaba á cada instante bramando en torno de la régia presa.