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Sucedió esta durísima batalla que ensangrentó la granadina tierra el año mil trescientos diez y nueve, mañana de San Juan, triste y sangrienta para el cristiano bando, y venturosa para la gente indómita agarena: en Castilla reinaba Alfonso Onceno, y rey y emir de los alarbes era el terrible Ismail.

Por pasmosos que hubiesen sido sus triunfos guerreros, no bastaban á atenuar las atrocidades de Dantón, Marat y Robespierre, y los espantos del Terror y de la guillotina; y fue lo peor que todo ello tuviese por resultado un gran genio militar sin duda, pero á la vez un déspota, que humilló y ensangrentó la Europa entera, sin que el más hábil y sutil profesor de filosofía de la historia pueda descubrir, fuera de la ambición personal, del prurito de elevar á la familia y á los amigos, y del afán del predominio de un pueblo sobre los otros, propósitos y fines altos y providenciales, parecidos á los que más ó menos conscientemente tuvieron Alejandro y César.

La corona de espinas del martirio Ensangrentó tu macilenta faz, Como á Jesus clavado en el madero Porque dijo: «vivimos para amar». Ignoto y melancólico pasaste Para volar al cielo á descansar; Porque el genio es un pobre jornalero Que fecunda la tierra con afan, Y la hace producir sabrosos frutos Que no es dado á sus labios el gustar.