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El señor Ángel se puso pálido y reclinó la frente sobre su mano, mirando fijamente al mármol de la mesa. ¡Lo ve usted!... ¡Ya se está usted figurando una porción de atrocidades! No me figuro más que la verdad, don Laureano profirió con voz alterada el pobre hombre sin abandonar su postura.

Pero como aquí observó Nucha, formulando sencillamente una observación histórico-filosófica de bastante alcance no ve uno sino las atrocidades de los señores de otro tiempo..., parece que son las únicas que le dan en qué pensar.... ¿Por qué serán tan malos cristianos los hombres? añadió entreabriendo los labios con cándido asombro.

Fue corriendo a buscarla; pero el barbián le tiró otra a la vez, y le pegó en el cogote. La Carbonera dio un grito y se llevó la mano al sitio de donde brotaba sangre. Las atrocidades que salieron de sus labios no son para dichas.

Si en los últimos diez años se ha visto á los mercenarios suizos saqueando a Peruza, como soldados del Papa, y defendiendo con atrocidades la causa de los Borbones de Nápoles, debe recordarse tambien, en honor del radicalismo helvético, que las asambleas y el gobierno de la Confederacion han adoptado en esta época medidas enérgicas para poner término al mercenarismo.

Y citaba tal y tal señor que por mostrarse paciencioso y humilde, aunque en el fondo de su corazon odiaba á sus amos, de criado que era de frailes llegó á ser promotor fiscal; y tal fulano que ahora es rico y puede cometer atrocidades seguro de tener padrinos que le amparen contra la ley, era no más que un pobre sacristan, humilde y obediente que se casó con una muchacha bonita y de cuyo hijo fué padrino el cura...

Comenzó a decirme: «¡Por ustedes y otras como ustedes pierden el crédito y la honra los sacerdotes y decae la religiónMe llamó saco de malicia; que parecía mentira que se me ocurrieran semejantes atrocidades, y que por aquí y que por allá... Al principio quería comerme; después se fue sosegando... «Tiene usted razón, D. Narciso, le respondí; pero yo no puedo remediarlo...» Y es la verdad, chica, no puedo remediarlo... ¡no puedo!

Y el pobre pescador inofensivo, con su mirada pura y llena de candor, apareció soñando siempre en perpetrar toda clase de atrocidades posibles.

Y dirigiéndose á Pepita, añadió: Niña, vámonos. Bastantes atrocidades has oído. Dale gracias á tu padre, que te permite aprender en casa cosas tan horribles. Las dos mujeres salieron del despacho. Urquiola se levantó, dudando un momento entre seguirlas ó acometer al doctor.

Aquella señora entendía la devoción de un modo que podría pasar en otras partes, en un gran centro, en Madrid, en París, en Roma; pero en Vetusta no. Confesaba atrocidades en tono confidencial, como podía referírselas en su tocador a alguna amiga de su estofa.

Cuando se tuvieran llenas las cárceles, se metía a los criminales en un barco viejo, se le llevaba a alta mar y se le daba un barreno. ¿Por qué ha de mantener la nación a los bandidos, vamos a ver? Yo, que estaba pasmado de aquellas atrocidades, asentía sonriente con la cabeza. En aquel momento hubiera convenido con él en que era menester degollar a las dos terceras partes de los españoles.