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De vez en cuando soltaba una exclamación: «¡Pero, Dios mío, eso es una atrocidad! ¡Esos hombres estaban locos! ¿Por qué no dábais parte al jefe de tales atrocidadesRicardo no podía convencerla de que hubiera sido inútil revelarse ni dar parte al coronel, pues la novatada era costumbre tradicional en el colegio, que los jefes no querían arrancar.

Era el amo de este castillo uno de aquellos Arabes que llaman ladrones, el qual entre mil atrocidades solia hacer alguna accion buena; robaba con una furiosa rapacidad, y daba con prodigalidad: intrépido en una accion, de buen genio en el trato de la vida, bebedor en la mesa, de buen humor quando habia bebido, y sobretodo sin solapa ninguna.

La de Leiva no es ni con mucho tan inconquistable. ¿Quiere usted que lo proponga a la señora doña María?... Nada se pierde... No si me recibirá; pero intentaré hablarla. Me favorece el que no sospecha nada de en el suceso de anoche. Es una buena idea. ... tampoco sería malo que yo me mostrase arrepentida de las atrocidades que le dije... no... ¡Oh, qué confusión, Dios mío!

Pues qué hay que extrañar que el Demonio que pudo moverles a estos tres míseros a tan execrables atrocidades queriendo ellos les moviera a un exterior furibundo, protervo, desesperado, que se mostrase despreciador de las llamas.

Al encontrarse las dos amigas en mitad del carrejo, enzarzáronse en un abrazo, tan íntimo y apretado, que parecía una «engarra»; se comían a besos, y entre beso y beso se decían las mayores atrocidades; llegó Lita con su abuelo, y se repitió la escena, hasta que acabó la de Robacío por fijarse en y rompió a llorar por el difunto, de tan buena gana, que parecía no haber consuelo para ella, mientras su marido, que ya me había saludado, hacía sus correspondientes pucheros, y se enjugaban los ojos con los delantales Lita y su madre, que eran de suyo muy tiernas de corazón y pegajosas de las lágrimas.

De las burradas que hice, de las atrocidades que dije aquella mañana en su casa de usted. También a ella le pediría perdón si la viera... Me porté mal, lo conozco. Yo no guardo rencor a nadie... digo, no se lo guardo a ella, porque...

Mi madre debió padecer mucho con las atrocidades de su hermano, y esto, unido al trabajo tan penoso como mezquinamente retribuido, aceleró su fin, el cual dejó indeleble impresión en mi espíritu, aunque mi memoria puede hoy apreciarlo sólo de un modo vago. En aquella edad de miseria y vagancia, yo no me ocupaba más que en jugar junto a la mar o en correr por las calles.

Facundo anda en persona al lado del cañón que lleva la víctima moribunda por las cuatro esquinas de la plaza, porque Facundo es muy solícito en esta parte de la administración; no es como Rosas, que desde el fondo de su gabinete, donde está tomando mate, expide a la mazorca las órdenes que debe ejecutar, para achacar después al entusiasmo federal del pobre pueblo todas las atrocidades con que ha hecho estremecer a la humanidad.

Y tampoco quiero atribuirlo á lo que ahora llamaríamos medidas de gobierno, ya que las más celebradas y admiradas en lo antiguo, por los que entonces escribieron, nos repugnan hoy y á menudo nos parecen feroces y vitandas atrocidades.

Areche, Medina y Mata-Linares, autores de tantas atrocidades, recibieron honores y aplausos: pero el aspecto de las víctimas, sus últimos lamentos, sus miembros palpitantes, sus cuerpos destrozados por la fuerza de los tormentos, son recuerdos que no se borran tan facilmente de la memoria de los hombres; y debe perpetuarlos la historia para entregar estos nombres á la execracion de los siglos.