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Actualizado: 15 de junio de 2025


Las noticias de las atrocidades cometidas en Bélgica con las mujeres le merecían igual fe que los avances del enemigo anunciados por Elena. «La niña, Marcelo... ¡la niña!» Y el caso era que la niña, objeto de tales inquietudes, reía con la insolencia de su juventud vigorosa, al escuchar á la madre: «Que vengan esos sinvergüenzas.

En unas partes los clavan en las puertas y en las paredes; en otras, los queman vivos y hacen con ellos mil atrocidades. ¿Es verdad que son ciegos, tío? No; pero se cree que los ojos les sirven de muy poco o de nada. Se ha probado a inutilizárselos y se les ha visto volar con la misma seguridad que antes y sin tropezar en delgados hilos colocados ante ellos.

D. Manuel dijo Amaranta eso de la soberanía de la nación que han inventado ahora... anoche estaban explicándolo en casa de la Morlá, y por cierto que nadie lo entendía; eso de la soberanía de la nación si se llega a establecer va a traernos aquí otra revolución como la francesa, con su guillotina y sus atrocidades. ¿No lo cree usted? No, señora; no creo ni puedo creer tal cosa.

El alto puesto que ocupa, las relaciones con los gobiernos europeos, la necesidad en que se ha visto de respetar a los extranjeros, la de mentir por la Prensa y negar las atrocidades que ha cometido, a fin de salvarse de la reprobación universal que lo persigue, todo, en fin, contribuirá a contener sus desafueros, como ya se está sintiendo; sin que esto estorbe que Buenos Aires venga a ser, como la Habana, el pueblo más rico de América, pero también el más subyugado y más degradado.

Desde 1836 empezaron a llegar a Montevideo millares de emigrados, y mientras Rosas dispersaba la población natural de la República con sus atrocidades, Montevideo se agrandaba en un año hasta hacerse una ciudad floreciente y rica, más bella que Buenos Aires y más llena de movimiento y comercio.

Como un bárbaro, ¡qué de atrocidades he cometido sin querer, cuando en los primeros años de mi infancia salía á estudiar por el campo y me instalaba en el tronco cavernoso de un sauce, para leer cómodamente alguna novela ó declamar versos con retumbante voz...! #El baño#

Tenía una salud de bronce, y crecía y se redondeaba que era una bendición de Dios: los amigos de la familia la comían a besos los carrillos, y la decían verdaderas atrocidades mientras la volteaban en el aire, o la echaban una zancadilla en un corredor o en mitad de la escalera, siempre, por supuesto, a escondidas de sus padres y, sobre todo, de su hermano, que cada día era más ruin y más inaguantable, por envidioso y desabrido.

Os aseguro, continuó cuando estuvieron en la ladera opuesta, que los montones de muertos en un campo de batalla no me causan tanta repugnancia como una sola de esas carnicerías del cadalso. Pues á bien que no han faltado atrocidades en las guerras de Francia, según los relatos de nuestros soldados, observó Roger. Cierto es, contestó el barón.

El tío se divertía, como hay Dios, oyendo a la sobrina cantar con su carita de Pascua estas atrocidades de la melancolía. «Vorrei moriré!», repetía la muchacha con acento de desesperación, saltando su voz sobre los trémolos del piano. ¡Vaya un aperitivo para antes de la comida! Doña Manuela hablaba a la criada distraídamente, oyendo aquella música que nunca podía comprender.

El leer aquellas aventuras de Aguirre me producía un poco la impresión que produce a los niños Guignol cuando apalea al gendarme y cuelga al juez. A pesar de sus crímenes y de sus atrocidades, Aguirre, el loco, me era casi simpático. Una impresión de la infancia que me causó gran efecto, fué el funeral de mi tío Juan de Aguirre.

Palabra del Dia

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