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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Su éxodo fué breve. Otra mañana, un gendarme le detuvo, le pidió «sus papeles», y hallándole indocumentado, le volvió á la casa paterna. ¡Pobre fugitivo!... Sus progenitores no tuvieron para él ningún gesto cordial: apenas le hablaron; en sus sobrecejos, endurecidos por la cólera, no había perdón. Si no quieres ser cura, serás grumete ordenó el padre.
Entre los conductores, los aldeanos y los caballos, que relinchaban, se revolvían y echaban chispas por las cuatro patas, marchaba gravemente un gendarme a caballo, el señor Kels, el cual parecía no oír nada y decía de una manera grave: Valor, valor, amigos... Todavía tenemos que hacer hoy dos viajes... ¡Vosotros seréis beneméritos de la patria! Juan Claudio atravesó el puente.
Se trabaja mucho en su continuacion, y se emprenden otras nuevas. Lo que es un verdadero secreto para el viajero, es el admirable estado de todas las carreteras de Suiza, á pesar de que por ninguna parte se encuentra un peon caminero, gendarme ni cosa parecida.
El francés, como tal, es genialmente fino, galante y expansivo; pero el francés hecho guarda, gendarme ó soldado, degenera en su trato con loa civiles ó se siente embarazado. Es tal la fuerza del carácter genial, que el frances se distingue por su cortesía, de todos los demás europeos, en el ejercicio de funciones oficiales.
No tenía más que la camisa de finísima holanda, y sus carnes finas resbalaban sobre la seda de la bata de su mamá. Era una bata color azul gendarme que semanas antes había regalado a su hermana Candelaria... «No, no, eso no... quita... caca...». Y él insistiendo siempre, pesadito, monísimo. Quería desabotonar la bata, y meter mano. Después dio cabezadas contra el seno.
La seguridad que ofrecen es absoluta, un año próximamente he habitado la Suiza, en ese largo tiempo no se ha cometido ni siquiera un robo, ni una tentativa. Pues con esto sucede como en las carreteras: admirables sin peones camineros, segurísimas sin un gendarme.
Por fin realizaba el deseo de acabar sus días en un rincón de la soñolienta catedral española, única esperanza que le sonreía cuando caminaba a pie por las carreteras de Europa, ocultándose del guardia civil o del gendarme, y pasaba las noches en un foso, apelotonado, con la barba en las rodillas, creyendo morir de frío.
Y allá, en el paso del Rothstein un verdadero caminillo de cabras por el que no se pasa una vez cada diez años. ¿No ves brillar una bayoneta detrás de las rocas? Y aquí este otro, que yo he recorrido durante ocho años con mis sacos sin encontrarme a un gendarme, también lo tienen defendido: es preciso que el Diablo ande mezclado en esto y que los haya conducido a los desfiladeros.
El leer aquellas aventuras de Aguirre me producía un poco la impresión que produce a los niños Guignol cuando apalea al gendarme y cuelga al juez. A pesar de sus crímenes y de sus atrocidades, Aguirre, el loco, me era casi simpático. Una impresión de la infancia que me causó gran efecto, fué el funeral de mi tío Juan de Aguirre.
Esperad un momento, que voy a avisar a un gendarme. M. Bernier contuvo este alarde de celo del buen auvernés, y explicóle, en pocas palabras, la clase de servicio que se pretendía que prestase. Creyó, al principio, que se burlaban de él, porque se puede ser un excelente aguador sin tener la más pequeña noción de rinoplastia.
Palabra del Dia
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