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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Un músico poeta elogió en unos versos juveniles su pobre risa, su risa extraña e inconsciente, la loca risa de Elena. Y ella, encantada con la ofrenda lírica y galante, reía siempre que llegábamos a su lado; soltaba la cascada de su risa metálica, vibradora, epiléptica, cuyas últimas perlas parecían sollozos estrangulados. Su fisonomía moral parecía cristalizada y sin jugosidad ninguna.
Aquella mujer pensaba las mismas cosas que á él se le habían ocurrido numerosas veces, pero sin atreverse á creer en ellas. Elena añadió, desalentada: -Pero ya es tarde: ¿para qué hablar de eso? Usted tiene una familia. Yo soy una mujer sin ilusiones ni esperanzas, que se ve sola y pobre, é ignora cómo terminará su existencia.
Watson permaneció insensible al llamamiento y la ventana se abrió completamente, apareciendo Elena vestida de negro, como si guardase luto, pero llevando estas ropas fúnebres con cierta coquetería. Tuvo Ricardo que aproximarse á la casa, y se quitó el sombrero para responder á sus afectuosos ademanes. ¡Tanto tiempo sin verle!... Entre en seguida.
Marta se apresuró a ver quién era la que llamaba a la puerta, y volviéndose inmediatamente a la joven, le dijo: Elena, es Mariana, la cocinera; tu madre me ordena que baje en seguida contigo. ¿Mi madre nos llama? exclamó la joven . Dios mío, ¿qué irá a suceder? La viuda no estaba menos asustada, pero se dominó, y dijo con aparente tranquilidad: ¿Por qué palideces, pobrecilla? Yo voy contigo.
Reynoso seguía en contemplación extática del reloj. Yo les diría ahora: ¡no conocen ustedes a mi mujer...! ¡no la conocen! Elena, cada vez más desconfiada, volvió a levantar los ojos. Esta vez chocaron con los de su marido. Este no pudo aguantar más y soltó una estrepitosa carcajada.
¿Usted cree que yo voy á mezclarme en sus disparates y á parecer tan falto de juicio como usted ó como el otro?... Y siguió hablando contra la absurda petición de Pirovani, pero éste movía la cabeza con tenacidad haciendo signos negativos. Estaba resuelto á todo después de haber oído á Elena.
Aquel buen tiempo de los poetas, porque se estimaba que cantar es la más bella expresión del alma humana. Las manos de Elena UN pintor bohemio rugía en una noche memorable, mientras el frío se colaba entre sus andrajos y el hambre bailaba en su cabeza descoyuntada danzas absurdas. Debiéramos desenterrar y quemar los restos de Murger. Era una noche sagrada y familiar.
Los vecinos de los otros cuartos al subir la escalera y cruzar por delante de su puerta advertían por el montante una viva, esplendorosa iluminación y sentían en la nariz un penetrante aroma de violeta. No necesitaban más para penetrarse de la clara estirpe de la inquilina. Cuando Elena llegó no estaba Marcela y aún se pasó un buen rato sin que apareciese.
El señor Laubepin se inclinó ligeramente. Sea dijo, pero me es imposible dejar de observar, señor marqués, que una vez hecho este pago con el depósito que está en mi poder, no les quedará por toda fortuna, á la señorita Elena y á usted, más que cuatro ó cinco mil libras, las cuales, al interés actual, les darán una renta de 225 francos.
¡Impenitencia final! Elena al Padre Jalavieux. Tiene usted mucha razón, mi buen señor cura, y su sermón ha venido muy a propósito para poner un poco de aplomo en mi cabeza y un poco de prudencia en mi corazón.
Palabra del Dia
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