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Actualizado: 21 de junio de 2025
Su palabra era firme, aunque un poco anhelosa y entrecortada. Elena se inclinaba más y más hacia él, para no perder nada de su despedida suprema, y sus lágrimas caían en las pobres manos paralizadas del enfermo, que ya no podían estrechar las suyas.
Su esposa, llamada «la bella Elena», por una hermosura indiscutible, que sus amigas empezaban á considerar histórica á causa de su exagerada duración, recibía con más serenidad estas cartas, como si toda su existencia la hubiese pasado entre deudas y reclamaciones.
Lo demás es polvo que el viento disipa. Elena al Padre Jalavieux. Estoy asistiendo a una bonita novela que espero terminará por una boda entre Luciana Grevillois y el señor Lautrec. Es visible lo que se gustan mutuamente y no me ocurre qué podría impedirles casarse. Luciana no tiene fortuna, pero creo que él tiene bastante para dos.
Elena lo comprendió y le propuso que se fuese antes que ella, aguardándola allí los pocos días que faltaban ya para que el ebanista y el tapicero dejasen terminada la reforma del salón. Aceptó gustoso contando que solamente una semana tardaría su esposa en juntarse con él. Transcurrió la semana, corrían ya los últimos días del mes de julio y Elena no daba aviso de su partida.
Esta alma tranquila me ha salvado de la desesperación durante la semana maldita, en la que Luciana parecía desprenderse de mí y durante la cual me sentí profundamente sepultado en la fría sombra de los amores difuntos. La influencia pacificadora de Elena producía en mí, más cada día, su benéfico efecto.
Parecía que quería preservarla de algún peligro. La misma Elena lo notó y le miró con un poco de alarma. ¿Estás malo, papá? ¿Malo?... No, por cierto; estoy muy bien... ¿Decía usted, Máximo?... Había yo perdido el hilo de mis ideas y se lo confesé cándidamente.
Luego venía Moreno, mostrando cierta turbación emotiva al saludar á Elena, enredándose la lengua y pronunciando balbuceos, en vez de palabras. Finalmente llegaba Pirovani, con un traje nuevo cada dos noches y llevando algún obsequio á la señora de la casa.
Así que con disimulo alcé un si es no es el visillo, apliqué el ojo, y cuando la señora se inclinó para tomar el vaso de agua quedé asustado viendo que era Elenita. ¿Cómo? ¿Qué está usted diciendo? ¿Mi cuñada Elena? La misma, Tristanito, la misma. ¡No puede ser! Le digo que la he visto tan bien como le estoy viendo a usted ahora. ¿Y no pudo usted haberse equivocado? ¿Que fuese una mujer parecida?
Saludó á los hombres con un movimiento de cabeza ceremonioso y protector, besando después la mano á Elena. Yo también, marquesa, siento ahora la necesidad de vestirme cuando llega la noche, lo mismo que en otros tiempos. Agradecida la Torrebianca á este homenaje, volvió la espalda á Moreno y ofreció una silla al recién llegado, junto á ella.
Ojeda sonrió al recordar, por estas indicaciones de su amigo, el final del insaciable Fausto. Había gozado dos grandes amores, Margarita y Elena, y ni la ingenua burguesilla alemana ni la hija tentadora de los dioses le hicieron conocer la verdadera felicidad.
Palabra del Dia
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