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Actualizado: 21 de junio de 2025
¡Quieto, Fidel! Apenas se había llevado a feliz término la reconciliación de los novios oyéronse en el parque altas y alegres voces y carcajadas. ¿Cómo? ¿Están ahí Visita y Cirilo? exclamó Elena con el semblante iluminado de alegría. Y acto continuo salió corriendo de la glorieta. Clara y Tristán la siguieron. Los dos huéspedes venían acompañados de don Germán conversando y riendo.
Una coqueta no hubiera dejado de hacer con este motivo unas cuantas monadas; pero Elena, que es demasiado sencilla y natural, reflexionó unos instantes y me dijo con acento de sincero pesar: Quisiera responder a usted; pero no debo, en conciencia.
El alma de Elena, conmovida, llena de melancolía por la influencia de aquellos sitios, donde se había deslizado su infancia, donde había gozado después unos años de felicidad inefable, no podía responder al llamamiento brutal de la pasión. La ironía, la malignidad, el ingenio de su amante, que al principio la habían cautivado, ahora le causaban aversión y hasta desprecio.
Sonrió Elena levemente de su temor, al mismo tiempo que susurraba con una vocecita melancólica: La vida es así; se fijan en nosotras los hombres que no deseamos, y en cambio aquellos que nos interesan huyen casi siempre. Al oir esto volvió el joven á levantar su cabeza, mirándola sin miedo alguno, con una expresión interrogante... ¿Qué es lo que intentaba decir aquella mujer?
Mathys miró el papel durante algún tiempo con aire extraviado, después lanzó un grito de rabia y corrió al otro cuarto, buscando algún objeto con qué golpear a la pobre Elena; su mirada tropezó con la ventana y vió las sábanas atadas a los barrotes de hierro.
Agregando á esta reserva las economías que podrá usted hacer cada año, sobre sus honorarios, tendremos en diez años, una linda dote para Elena... Venga á almorzar mañana con el maestro Laubepin y acabaremos de arreglar todo esto... ¡Buenas noches, Máximo, buenas noches, mi querido hijo! ¡Que Dios le bendiga, señor! Ayer dejé á París.
Estás loca protestaba la madre : loca de remate. ¿Cómo puede decir eso una señorita?... Doña Elena, al sorprender fragmentariamente estos delirios de su sobrina, elevaba los ojos al cielo, absteniéndose en adelante de comunicarle sus opiniones, que reservaba enteras para la madre.
Se apoderó de las manos de su marido y exclamó con voz apenas perceptible: ¡Jamás, jamás le he querido...! ¡Jamás, jamás he dejado de quererte a ti...! Un capricho infame... ¡Calla, Elena! En ti no caben los caprichos infames porque estás amasada con la pasta de los ángeles... Sintieron que tu corazón era inexpugnable y atacaron tu cerebro, que es más débil, pobre Elena...
Los rectángulos rojos que proyectaban sobre el suelo las puertas del boliche eran eclipsados con frecuencia por las sombras de los que entraban y salían. Adivinó que todos disputaban sobre lo ocurrido aquella tarde, tomando partido por el ingeniero ó por el contratista. Al llegar á la casa de Elena, salió á recibirle Sebastiana en lo alto de la escalinata.
Como ellos, aspiré con delicia el poco de aire puro que caía de las alturas del bosque al campo Quemado. Elena, mientras tanto, seguía inclinada sobre aquel semicadáver, cuyo pecho huesudo estaba sacudido por un hipo siniestro. Había echado un poco de vino en una taza desportillada, y con el brazo alrededor del cuerpo de la Briffarde, estaba humedeciendo sus secos labios.
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