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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Los niños... ¿Qué hacemos? ¿Dejarlos solos con su madre muerta? Voy a avisar a los vecinos. Espéreme usted. Luciana, impaciente por dejar aquel fúnebre lugar, vino conmigo hasta la casa más próxima, donde había dos mujeres trabajando junto a una ventana abierta. Por fin se ha muerto dijo una de ellas cuando le noticié la muerte de la Briffarde.

No se les puede dejar solos con el cadáver indiqué yo. Claro está que no... Allá voy... , Aniceta, corre a la Celle y advierte a la hermana y al cura, para el entierro. Bueno es que esos chicos vean a su madre pasar por la iglesia antes de irse a la tierra. La buena mujer puso en orden las calcetas que estaba zurciendo, me siguió y no dejó de hablarme de las fechorías de la pobre Briffarde.

A todo esto, la hija mayor de la Briffarde, pálida muchachona de unos doce años, estaba repartiendo entre sus hermanos el pan, la carne y unos cuantos coscorrones destinados a reprimir la indiscreta avidez de su apetito, todo esto en medio de un ruido infernal de gritos y llantos. Salgamos me dijo Luciana, sofocada por el hedor de aquella cueva y estremecida de repugnancia.

No tenía nada de buena... Sin los chiquillos, que pedían limosna por los caminos, todos se hubieran muerto de hambre, porque usted comprende que la caridad de los vecinos no basta para tapar tantas bocas... Además, la tal Briffarde no tenía nada de cómoda... Una salvaje, caballero, una leona... Las monjas de la Celle casi no podían con ella...

La mala semilla se encuentra en todas partesEl tono en que me dijo esto me dio qué pensar. Veo a dos pasos unas mujeres trabajando junto a una puerta, me acerco y pregunto: «¿Vive por aquí la BriffardeNo tardé mucho en oír más de lo que quería: una perdida, una arrastrada, con toda clase de vicios y miserias.

Elena tiene el sereno candor de aquellas vírgenes. ¿No te gusta, como a , esa valentía y esa misericordia para con la pecadora? En la «Villa Sol» encontramos a Lacante esperándonos sentado a la sombra del único tilo, y Polidora le contó sin tomar aliento la aventura de la Briffarde y le rogó que prohibiese a Elena volver a casa de aquella mujer de mala vida.

Ayer, domingo, fui a almorzar a la «Villa Sol» y a ponerme a la disposición de Elena para la visita proyectada a la Briffarde. Lautrec almorzó también en casa de Lacante y se ofreció a acompañarnos al campo Quemado. Luciana, fiel a su promesa, llegó en el momento en que íbamos a ponernos en marcha.

Lo conozco bien... y no me fío de él ni de nadie... excepto de usted, Elena... La he visto a usted dulce, compasiva y valerosa, al lado de una miserable pecadora, la Briffarde... y he creído que tendría usted piedad de mi angustia. ¿Qué puedo hacer? dije tristemente.

Como ellos, aspiré con delicia el poco de aire puro que caía de las alturas del bosque al campo Quemado. Elena, mientras tanto, seguía inclinada sobre aquel semicadáver, cuyo pecho huesudo estaba sacudido por un hipo siniestro. Había echado un poco de vino en una taza desportillada, y con el brazo alrededor del cuerpo de la Briffarde, estaba humedeciendo sus secos labios.

No dije nada, porque su padre estaba allí y lo permitía... Pero hete aquí que esta mañana pide ir a paseo, y en cuanto estamos fuera me dice muy amablemente: «Querida doña Polidora, quisiera ir hacia la Celle-Saint-Cloud, a ver la madre de los dos niños que vinieron ayer; está enferma, tiene muchos hijos, carece de recursos, y qué yo cuántas cosas másParecía al oiría, que no había otras miserias en la tierra... «¿Cómo se llamale dije. «La Briffarde; vive en el campo Quemado... Vamos allá, ¿verdad? ¿Quiere usted, mi querida doña PolidoraPorque es mimosa como ninguna, la chiquilla.

Palabra del Dia

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