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Elena, muy confusa por haber ocasionado tal algarada, me echó una mirada cuya angustia comprendí en seguida, y me propuse ser el mensajero de su caridad. Lacante dijo entonces que permitía a Elena volver, acompañada por ... ¡Y por ! se apresuró a decir Luciana.

Tiene pocos o ningunos principios, y pasa, sin embargo, por haberse mostrado virtuosa en más de una circunstancia. Pero emplea una especie de ostentación en adornarse con la amistad de Lacante, cuyo alcance parece que trata de acentuar. Y es que así conviene a su vanidad.

Lacante saborea su encanto con una alegría temblorosa por miedo de ver agotarse ante sus ojos ese manantial en el que sueña con apagar la sed de su vejez. Creo que no podría ya separarse de su hija.

Era un astrónomo distinguido, miembro de la Academia y de varias sociedades científicas. Privado de fortuna, dejó, al morir, a su mujer y a su hija en la situación más precaria, con una modesta viudedad a la que la munificencia del Gobierno añadió un estanco, que Lacante les consiguió.

Hoy ha sido gran fiesta para Lacante y sus amigos: Elena se ha presentado un momento en la sala. Hace quince días que han vuelto a verificarse las veladas de los jueves y esta noche el dueño de la casa, aunque algo atacado de la gota, nos había parecido de muy buen humor. A eso de las diez nos ha dejado sin decir palabra, y, casi en seguida, ha vuelto a entrar con Elena de la mano.

Lacante fijó en sus ojillos grises y penetrantes y yo bajé la cabeza. Después siguió diciendo: , ¿verdad? Más de uno lo juzga así, y cuando yo declare mis intenciones ya quiénes se pondrán en la fila... Pero solamente Elena decidirá. Al estrecharme la mano, me dijo: Esta niña merece ser dichosa. Lo será respondí maquinalmente.

Lacante entonces se decidió: Amigos míos, estoy bueno; pero aquí, en el cuarto contiguo, hay una enferma, y esa enferma es... mi hija.

Tuve que contarles mi viaje a Quimper y hacerles la descripción de Elena. ¡Cuántas curiosidades va a tener que satisfacer, si vive, la pobre inocente! Como era natural, los amigos se desquitaron un poco de la violencia que se habían impuesto en casa de Lacante y se permitieron algunos epigramas jocosos, sin gran malicia, para decir la verdad.

La solemnidad beatífica con que encubre su nulidad, sus manos cuidadas de ocioso, sus pretensiones de resolver las cuestiones de etiqueta diplomática, porque fue en otro tiempo simple agregado a la legación de Berna, y hasta ese pueril conocimiento de las genealogías aristocráticas que le permite jugar con los grandes nombres como un chicuelo con las tabas, todo ese conjunto de necedades divierte a Lacante y completa el decorado.

Lacante suspiró, y dirigiéndose a Elena, que se había sentado a su lado en una silla baja, le dijo: No te extrañe la turbación de Máximo, pues tiene la mente muy lejos del Colegio de Francia... Viene a participarnos su casamiento con Luciana Grevillois. ¡Luciana!... Elena dijo ese nombre como un grito.