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Actualizado: 3 de mayo de 2025
La única ventaja de aquel sistema de pavimentos consiste en que, sin necesidad de escobas, está siempre limpio de inmundicias. ¿Y ahora, qué vas a hacer de nosotros? preguntó el Capitán al jefe, cuando se vió dentro de la estancia junto a sus compañeros. El consejo de los ancianos de la tribu decidirá de vuestra suerte respondió el salvaje . Si habéis matado a mi hijo, moriréis.
Vamos, esta es una casa de fieras, y yo digo que convendría que estallase la guerra y viniesen grandes peligros para que entonces se unieran tantas voluntades y se llegara a un acuerdo en lo de la Constitución definitiva, aunque hubiese siete Cámaras y cuatrocientas alcobas. La Nación soberana dijo el ayacucho hablando como hablaría Solón , decidirá en su día lo que mejor convenga.
Por esto último, digo a usted con franqueza, sin creer que en ello la ofendo, que tengo hoy bastantes bienes. De lo que poseo podrá informar a usted circunstanciadamente su cuñado y amigo mío don Braulio. »En cuanto a mi persona, usted me conoce y decidirá. Sé que no la merezco a usted; pero el amor me hace atrevido, y de él imploro que me preste los merecimientos que me faltan.
Lacante fijó en mí sus ojillos grises y penetrantes y yo bajé la cabeza. Después siguió diciendo: Sí, ¿verdad? Más de uno lo juzga así, y cuando yo declare mis intenciones ya sé quiénes se pondrán en la fila... Pero solamente Elena decidirá. Al estrecharme la mano, me dijo: Esta niña merece ser dichosa. Lo será respondí maquinalmente.
Entonces vendréis con la chalupa de vapor á pasar por la isla, lo más cerca posible, en cuanto cierre la noche, lo que es aquí obra de algunos minutos... Nosotros nos echaremos al mar y llegaremos á nado á la embarcación. Si grito, forzaréis la velocidad hacia nosotros, pues será que estemos en peligro. En pocos instantes se decidirá nuestra salvación ó nuestra pérdida. ¿Y el navío?
Todos los que componían su público, por cuya admiración trabajaba con tanto ardor desde que se retiró de los negocios, se agruparon en su mente como en un cuadro, y le pareció que todos aquellos árbitros del éxito y del renombre dirigían hacia él sus miradas como para preguntar: "¿Á que se decidirá? ¿Adoptará la causa de los oprimidos ó sacrificará la inocencia á su ociosidad? ¿Podremos incluírle entre las personalidades que llaman la atención en cuanto se presentan en cualquier parte, ó seguiremos mirándole por encima del hombro, como á un advenedizo? ¿Será, en fin, un héroe ó un hombre vulgar?"
Pero mi curiosidad es extraordinaria. Cada una por su estilo es hermosa y está llena de no aprendida elegancia. No sé por cuál decidirme, si por la rubia o por la morena. Esta misma indecisión aumenta mi deseo de volver a verlas. Lo que observe en la nueva vista me decidirá o por la una o por la otra. Verdad es que en esta predilección sólo entra por algo el tiempo.
Acto tercero. La Infanta confía al cortesano Arias Gonzalo, no sin dejar traslucir sus celos, que Ximena, no obstante su aparente persecución contra el Cid, lo ama sin duda alguna. El Rey declara su propósito de resolver, por medio de un combate personal, si tiene ó no derecho al dominio sobre la ciudad de Calahorra, y que elige al Cid por su campeón. Un servidor le anuncia la llegada de Ximena, y se queja el Rey de las molestias que le causa, fastidiándolo con sus pretensiones. Aprovéchase Arias de la ocasión para participar al Rey las sospechas de la Infanta acerca de los amores de Ximena y de Rodrigo; á su juicio, el casamiento de ambos será el mejor medio de reducir al silencio á la hija del conde Lozano. Forjan entonces un proyecto para averiguar si Ximena ama al Cid en realidad. Ximena entra, como antes, pidiendo al Rey justicia y censurando su tardanza en hacérsela, y después un criado que anuncia la muerte de Rodrigo. Ella, no dudando de la certeza de la noticia, cae en tierra desmayada. Cuando recobra el uso de sus sentidos, confiesa el Rey su estratagema y el objeto que se propuso; ella, por su parte, se esfuerza en debilitar la prueba de su amor que ha dado su desmayo, y declara estar pronta á entregar todos sus bienes y su mano al noble que le presente la cabeza de Rodrigo, y la mitad de su fortuna al de otra clase inferior si cumple su deseo. El Rey, creyendo al Cid invencible, da á conocer esta promesa. Interpólase entonces el conocido episodio del mendigo leproso de los romances, que se transforma luego en San Lázaro. Anúnciase en seguida que un combate personal, en presencia del Rey, decidirá de la suerte de Calahorra. Un gigante aragonés, llamado Don Martín, desafía con insolencia á los caballeros castellanos; el Cid acepta el combate, y se aventura á tomar parte en tan desigual pelea. El poeta nos describe entonces la inquietud de Ximena acerca del resultado del combate. Recibe una carta de Don Martín pidiéndole sus bienes y su mano, y anunciándole que en breve se presentará delante de ella con la cabeza del matador de su padre. Dominada por el dolor, dice que adora la sombra de su enemigo, y que llora al hombre á quien mata. La última escena es en la corte del Rey. Ximena, lujosamente vestida para sus bodas, se regocija de la muerte probable del Cid; pero cuando sabe, por asegurárselo así, que es cierta, arrastrada de su amor, no vacila en confesarlo, y pide al Rey licencia para entregar á Don Martín su fortuna, rehusándole su mano. Apenas pronuncia estas palabras, cuando se aparece el Cid, cuenta su victoria y solicita la mano de Ximena.
A renglón seguido, sacó el joven a relucir el tema del casorio, y dijo tales cosas que Fortunata no pudo menos de rendir el espíritu a tanta generosidad y nobleza de alma. «Tu comportamiento decidirá de su suerte afirmó él , y como tu comportamiento ha de ser bueno, porque tu alma tiene todos los resortes del bien, estamos al cabo de la calle.
Convenido, ella decidirá. Y abriéndose mutuamente los brazos, lloraron juntos, como dos niños. Valeria les escuchó henchida el alma de alegría. Aquel fue el único momento egoísta de su vida. Todas sus penas hallaron resarcimiento, todos sus dolores tuvieron premio.
Palabra del Dia
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